María Herreros posa este viernes en Rata Corner con su nuevo libro, 'Un barbero en la guerra' (Lumen). | Jaume Morey

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Después de publicar su diario íntimo -y terrorífico en cierto modo- bajo el título Historia de una niña con pánico a ser mujer (Lunwerg, 2023), María Herreros (Valencia, 1983) publica otro diario, muy diferente: el de su abuelo, Domingo Evangelio Guaita: Un barbero en la guerra (Lumen). Lo ha presentado este viernes por la tarde en Rata Corner junto a Tomeu Canyelles, historiador.

Aunque ambos títulos han visto la luz solamente con un año de diferencia, la autora confiesa que descubrió el diario cuando su madre lo sacó de una caja antigua, diez años después de su muerte. «Mi primera reacción fue de sorpresa, quería tenerlo, aunque no sabía qué hacer con él. Luego, estuve otros diez años para poder publicarlo». «Observando el proceso del libro me he dado cuenta de que la generación de mis padres heredó mucho silencio y todos tienen la misma idiosincrasia: no hacen preguntas, no quieren saber. Nosotros somos la tercera generación de la posguerra y, desde el privilegio de no haber vivido ni sufrido la guerra, lo vemos diferente», compara. No tenemos miedo, «pero sí hay que tener conocimiento».

Así las cosas, la artista ha confeccionado este libro entre «reparos» por parte de su familia, que creía que con este proyecto estaba «removiendo las heridas del pasado». En el epílogo, la autora explica que en 2010 había estado en contacto con el Ministerio de Cultura, tras la aprobación de la Ley de Memoria Histórica, y el diario se encontraba en trámites para ser incluido en el Archivo Histórico Nacional. «Sin embargo, cuando Rajoy llegó al poder y derogó de facto la ley, todo se detuvo», lamenta en este texto. «No es que estuviera enfadada, lo viví más bien como una frustración. Al fin y al cabo, en el diario de mi abuelo puede haber información valiosa para familiares que no saben dónde están los restos de sus seres queridos. Es como si me hubiera tomado la justicia por mi mano, sin necesidad del Estado».

Sobre cómo ha sido plasmar el dolor de su abuelo, convertirlo en arte, reconoce que ha sido «muy doloroso». «Soy una persona que siente mucho rechazo hacia todo tipo de violencias y agresividades, evito todo conflicto. De hecho, cuando era pequeña y era mi cumpleaños, al soplar las velas mi deseo era 'no ver una guerra'. Recuerdo, al leer por primera vez el diario, que sentí una gran repulsión al encontrarme con el caso de agresión sexual, algo que, por otra parte, es valioso porque se suele olvidar el sufrimiento de las mujeres en la Guerra Civil. Eso me provocó un gran rechazo, no quise saber nada de lo relacionado con la guerra. Al final, con el tiempo, en estos diez años, he ido creciendo espiritualmente, no solo como artista, y me di cuenta del valor de este diario. Diario que, por otra parte, no pertenece al género bélico; de hecho, huyo de él. No me he informado de los uniformes que llevaban, no tengo ningún interés en lo bélico. Además, he sido muy fiel al diario de mi abuelo, que es muy humanista y súper civil.

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De hecho, cuenta, «algo bonito que me han dicho es que era un soldado pacifista». «Tenía una mirada muy tierna, de una persona de campo humilde. No estaba impresionado por las batallas importantes ni los grandes personajes, dedicó más renglones a la pena que le daba que se perdiera el grano de trigo entre dos líneas de fuego. Es una mirada muy diferente, es una mirada civil, completamente diferente a la de la mayoría», precisa. Como su abuelo, Herreros huye de la épica de la guerra, «es todo lo contrario, es una historia de la miseria en la vida cotidiana de personas a las que secuestraron la vida, a las que robaron la paz y los sueños, no hay ningún interés en el entretenimiento ni épica ni grandeza en todo eso».

Lo curioso, relata, es que cuando estalla la Guerra Civil, él se encontraba de «voluntario» en el servicio militar -«un eufemismo, porque si no te presentabas venían a buscarte»-. En un principio, él tenía permiso para regresar a casa en julio, pero pidió hacerlo en agosto, para disfrutar de las fiestas del pueblo y, entonces, pedirle matrimonio a su amor, Rosa -que luego se convertiría en la abuela de Maria Herreros-. «Tenía 19 años, no sabía nada de la guerra. Era un secuestrado al que le pusieron un fusil y metieron en una trinchera. Mi abuelo tenía sentimiento de republicano, pero no quería luchar en ningún bando. Precisamente, es algo que está muy acorde con este 2024, transciende a la humanidad. Mi abuelo no cuenta todo eso para culpar a nadie ni expresar rencores. Es consciente de que hay otros chavales como él en lo que llaman 'el enemigo'. Simplemente son niños asustados. En una guerra civil, como es la de España, nunca hay que olvidar las responsabilidades, pero los bandos son muy abstractos a veces. Muchos simplemente se limitaban a sobrevivir. Al final, cuatro personas poderosas dividieron el país, algo que todavía dura aún. Así, el odio se encalló y se enquistó», destaca.

«Roja»

Al principio del volumen, Herreros rememora la primera vez que la llamaron 'roja' como insulto fue la alcaldesa del pueblo. «Fue algo surrealista. Cuando lo recordé en el proceso de escritura decidí ponerlo, aunque fuera anecdótico, para que la gente supiera que actitudes y comportamientos así se siguen dando. Creía que era fuerte que me insultaran así con 40 años, pero el otro día una historiadora de veinte años me dijo que en la universidad también se lo decían. No sabía que estuviera de moda», denuncia.

En comparación con Historia de una niña con pánico a ser mujer, Herreros asegura que crear Un barbero en la guerra «ha sido mucho más intenso». «En el primero solo me expongo a mí, no me da miedo dar la cara, pero con mi familia es más complicado, no tienen nada que ver con este mundo y tienen reparos. Además, el hecho de que mi abuelo no esté me ha hecho plantearme si le hubiera gustado que existiera este libro. Creo que he sido muy fiel a su tono, a no expresar ni propagar rencores, si algo aporta es sanador. Tenemos que conocer la historia y creo que el diario de mi abuelo es una buena herramienta para ello. Pienso que si dejó escrito todo esto era por algo. Tal vez la conexión que tenía con él cuando era niña era porque yo algún día sería el elemento catalizador de su historia», admite.

En este sentido, recuerda que «siempre estaba ausente, por eso me fijaba mucho en su expresión, en sus gestos. Lo peor no fue la Guerra Civil, sino la Posguerra. Después de la Guerra le hicieron servir dos años más. Cuando termina la Guerra ya solo hay un bando. 'Ayer republicano y hoy nacional', decía. Tuvo que ser testigo de fusilamientos y otras barbaridades. Cuando murió mi abuela, que fue pronto, nunca más volvió a ser el mismo», explica Herreros, que acaba de publicar su primer cuento infantil, Melena de león (Molino).