Mel Salvatierra, Lluís Oliver (en el centro) y Gerard Franch son los protagonistas de esta obra de Miquel Mas Fiol. | Roser Blanch

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Un director de teatro ególatra decide apostar por una versión reducida y comercial de la célebre obra de Víctor Hugo Els miserables para conseguir dinero y fama. Para ello, sin embargo, tiene que conformarse con un grupo de actores hastiados del mundo del teatro alternativo. Sus ansias de triunfo se derrumban cuando la revolución social de la que habla el texto se convierte en realidad. Esta es la premisa de la última entrega de la Trilogia de la Condició Milennial que el director y dramaturgo Miquel Mas Fiol (Sa Casa Blanca, 1996) ha armado para reflexionar, a partir de los clásicos, sobre problemáticas contemporáneas.

En la primera entrega, Càndid o l’optimisme, el autor y director se basaba en la obra de Voltaire para denunciar el «falso optimismo» y la «perversión del mundo del entretenimiento» en una propuesta protagonizada por el actor Lluís Oliver (Palma, 1996). En la segunda, analizaba la «mercantilización de la tristeza» a partir de Les penes del jove Werther, de Goethe, de la mano de la actriz Mel Salvatierra. Ahora, Mas Fiol cierra el proyecto con una «sátira metateatral en forma de neovarietés» inspirada en la novela homónima de Víctor Hugo, una vuelta de tuerca al clásico para «hablar sobre la revuelta y la ira, los sueños rotos y el activismo cool». Esta última obra, que cuenta con las interpretaciones de Oliver, Salvatierra y Gerard Franch, se estrenará el próximo jueves 11 en el Teatre Tantarantana de Barcelona, donde se representará hasta el día 14 como parte de la programación del prestigioso Festival Grec.

«En todas encaramos la fatiga millenial, la condición de nuestra generación hacia nuestra profesión, sobre cómo está el mundo y más concretamente la juventud y nuestro sector. Al final, el clásico es una excusa para explicar nuestras inquietudes. Aunque obviamente no es necesario haber leído estos textos, es cierto que quien lo haya hecho podrá apreciar mejor ciertos detalles», apunta Oliver.
En este sentido, reconoce que la propuesta se nutre de sus vivencias y se convierte en un «espacio para reivindicar y plasmar cómo vemos nosotros el panorama, especialmente el sector actoral y cultural». Un panorama que genera frustración y desencanto. «Los jóvenes lo tenemos muy complicado para acceder a ciertos papeles. Tenemos la sensación de que en el teatro siempre encontramos los mismos nombres y que hay pocos castings abiertos, tanto en Barcelona [donde reside y trabaja mayoritariamente] como en Mallorca. En general hay pocas oportunidades, como si se hubiera instalado una especie de tapón generacional instalado», detalla. Así las cosas, admite que «a veces nos preocupa ser endogámicos, pero con Els miserables hemos querido huir de ese planteamiento. Con Càndid encarábamos esa endogamia del sector, pero también nos dimos cuenta de que es extrapolable a otras profesiones. Mireia Sintes, también mallorquina, estudió arquitectura y firma el espacio escénico e iluminación de Els miserables. Cuando vio Càndid nos contó que se sintió muy interpelada, a pesar de que no procediera del mismo campo que nosotros. Todos tenemos en común esa creencia que nos vendieron de que si estudiábamos o aprendíamos idiomas tendríamos un buen trabajo, pero no ha sido así. Y en nuestro sector todavía es más exagerado. La intrusión laboral es brutal, parece que cualquiera pueda ser actor y lo único que importa es tener miles de seguidores en las redes sociales y una cara bonita para estar en la rueda. Incluso en el teatro nos pasan por delante. En los castings, antes te preguntan por tus seguidores que no por si tienes la carrera», denuncia.

Con todo, asegura que en Els miserables «no nos obsesionamos con este tema, aunque sí estamos muy cansados de todo esto. Se trata de reflexionar sobre si una revuelta contra todo es posible o no en el sistema en el que vivimos o incluso si estamos preparados para ello». Y todo a partir del célebre título de Hugo, que se ha convertido en el material de infinidad de producciones diferentes en todo el mundo. «Desde el principio se convirtió en un texto muy popular que contaba cómo el pueblo se alzó en la Revolución Francesa. Nosotros nos servimos de esta revolución para hacer una revolución en el teatro».

Y es que, tal y como lamenta Oliver, tampoco existe una voluntad de autocrítica desde las artes escénicas. «Todos miramos serie de Netflix y queremos ir al cine, pero a su vez es un sector muy olvidado junto con la sanidad y la educación, pero es uno de los pilares importantes de la sociedad. Todos se llenan la boca diciendo que apoyan la cultura y el teatro, pero luego los recursos son mínimos o precarios y no debería ser así».