La Misericòrdia, como ya es tradición, es una de las sedes principales. | M. À. Cañellas

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Los filósofos son muy dados a los experimentos mentales. Estos se basan en pensar situaciones irreales, a menudo rocambolescas e ideales, que ayuden a entender mejor un problema concreto. Como la cabra tira al monte, aquí va uno: imaginen una ciudad, pongamos que es Palma, en la que durante lo más sofocante del verano, cuando escasean las ofertas de ocio, se puede disfrutar de un festival de cine con estrenos de primer nivel, conferencias de actores, directores y artistas de renombre internacional y, además, conciertos para todos los gustos. Y para hacerlo todavía más difícil de imaginar, pongamos que todo es es gratis para el público.

Vale, es cierto, me han pillado. Este experimento mental no es tan irreal, sino que ocurre cada año. Se llama Atlàntida Mallorca Film Fest y durante prácticamente dos semanas ha traído a la Isla una larga lista de nombres propios que van de la A a la Z, desde Armendáriz a Bayona, Fernando o Jonás Trueba; desde Matt Dillon a Michael Douglas, Liv Ullmann o Noémi Merlant; desde Maria Hein a Christina Rosenvinge o Alizzz.

Según datos del propio festival más de 40.000 personas han disfrutado gratuitamente –y conviene destacarlo: gratuitamente– de conciertos de música, proyecciones cinematográficas, charlas y debates con artistas de renombre no solo local y nacional, sino también internacional. Y conviene insistir en ello: todo gratis para el público que ha gozado en pleno julio de una oferta cultural renovada, interesante y muy variada.

Todos los medidores del certamen han crecido: público, invitados, sedes, duración y películas estrenadas. Incluso la sección local, en una tierra donde hacer cine parece más complicado que poner un resort de esquí, ha visto aumentar sus estrenos con una participación récord.

Han sido diez días de algo diferente, cine que pretender hacer pensar y nombres importantes. Y, claro, no gustará a todo el mundo porque así es siempre y está bien que así sea, pero al menos alguien intenta agitar el verano isleño con algo que sea más noches de cultura y menos días de sombrilla y eso es, como mínimo, de agradecer.

Y aun así, a pesar de que todo parece bonito, durante esta misma edición algunos comentaban entre bastidores: «Cuando no estemos se darán cuenta de lo que hacemos». Porque sí, muchas veces, demasiadas por desgracia, solo se valora algo cuando falta, cuando echamos la vista atrás para recordar lo que tuvimos o podríamos haber tenido. Por ello, desde aquí una enhorabuena a la familia que hace posible el Atlàntida y un recordatorio al resto: a veces es mejor no tener que recurrir a los experimentos mentales y sí disfrutar de lo que ya se tiene y potenciarlo.