Además de poeta, Pau Vadell es editor del sello Adia Edicions, con sede en Calonge. | Pilar Pellicer

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La imagen de cuando derribaron el safareig de la casa de sus abuelos en Cala d’Or para construir una rotonda se le quedó grabada a Pau Vadell (Calonge, 1984). De hecho, aquella escena es el punto de partida de su nuevo poemario, Uralita (LaBreu), cuyo título, según explica el propio poeta, «representa esa identidad mallorquina que ponía los somieres como si fueran barreras y las bañeras como abrevadero». Sobre el libro charlará este sábado con Cesc Mulet, a las 12.00, en la Setmana del Llibre en Català de Palma, en los jardines de La Misericòrdia, y luego hará lo propio en la Setmana de Barcelona. Más adelante, el 17 de octubre, lo hará en el Teatre de Santanyí.

La crítica al turismo, señala Vadell, no es nada nuevo en literatura. «En los años sesenta, escritores como Guillem Frontera, Antònia Vicens o Blai Bonet ya reflejaron ese gran cambio social, algo que creo que vuelve a estar de moda», apunta. Sin embargo, el concepto de ‘cambio social’, lamenta, podría no ser suficiente para expresar la situación actual. Para el escritor, «ahora tenemos que aprender a gestionar el colapso». «Antes, el turismo servía para hacer dinero, pero eso ya no puede ser la excusa porque está comprobado que no hemos mejorado nuestra calidad de vida. ¿De qué sirve todo esto si no podemos ni acceder a una vivienda?», denuncia.

Así las cosas, avisa de que la pasión por la tierra se ha perdido y «el turismo es una plaga que pondrá fin a la vida humana en la Tierra en este siglo XXI». Y es que el paisaje siempre ha atravesado la obra poética de Vadell, ha sido «referente y punto de partida». «Antes vivíamos de la payesía y, ahora, es en contra de la payesía. Por eso, en el poemario hay un apartado titulado Cala d’Or en el que cada poema es una pleta, que es lo que había en Cala d’Or antes del desastre que hay ahora. Hay pletes de toboganes, de turistas disecados, de balconings».

El balconing precisamente es uno de los ejes de Uralita, en el que, a pesar de la crítica social y la pena ante la pérdida de identidad, también impera el humor y, en cierto modo, la autoparodia hacia los «aborígenes» mallorquines. En el poema Els llindars, por ejemplo, sugiere que tal vez los turistas se precipiten desde los balcones de los hoteles porque no pueden soportar tanta belleza y se «deslumbran con los colores intensos del mar».

«En el poemario he realizado contrastes entre lo que había antes y lo que hay ahora. Siempre digo que un poeta tiene que explicar lo que hay, pero también lo que vendrá. Así que yo he hecho un ejercicio de ironía felanitxera, pero con todos los elementos que nos envuelven. La desestacionalización, los que mueren intentando hacerse selfis, los toboganes, el reguetón o la pintada ‘Ovni go home’ marcan una nueva manera de sobrevivir que no sé si me da rabia o pena. Este año cumplo 40 y me he dado cuenta de cuánto ha cambiado en poco tiempo. Este libro quiere evidenciar ese cambio», detalla. Sobre si ha pasado un duelo por ese cambio, Vadell reconoce que «ya me he criado con este cambio, mi generación no ha conocido demasiado de lo de antes, solo los restos de la sociedad anterior».
Pueblos

De esta manera, la canción Cala d’Or en la que Bonet de San Pedro elogiaba la «sinfonía de colores» de Mallorca, ahora se ha vuelto en una «sinfonía de colores de yates». «La única frase tachada del poemario es una en la que afirmo que ya no hay conciencia de pueblo; hemos perdido la identidad de pueblo y nos hemos esclavizado. Ahora todos los alemanes compran casas en la Part Forana y se creen que todo es su jardín privado, hacen labrar a los payeses para que la vista desde sus casas sea más bonita». ¿Qué nos queda, entonces? «Vivimos en el colapso y debemos aprender a gestionarlo. No lo verá mi generación, no sé cuánto puede durar. Solo tenemos la ubicación, no nos queda mucho más», sentencia con una risa irónica; «pero con humor, que continúe la fiesta».