David Uclés (Úbeda, 1990) ha publicado recientemente 'La península de las casas vacías' (Siruela). | J. M. Rodríguez

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No es habitual que un escritor de apenas treinta años aborde una novela de 700 páginas. En el caso de David Uclés (Úbeda, 1990) el resultado, tras quince años de trabajo y documentación, es un voluminoso libro en el que se narra la guerra civil desde diferentes y sensibilidades y tratada desde el realismo mágico: La península de las casas vacías (Siruela, 2024). Mañana, a las 19.30 horas, el autor conversará con el también escritor Sergio del Molino en un acto moderado por Tomeu Canyelles.

¿Cuál fue el punto de partida a la hora de abordar un trabajo tan ingente?
Fue una idea ambiciosa; contar la Guerra Civil desde todos los puntos de la Península. Recorrí 25.000 kilómetros y me documenté durante siete años. Un año entero lo dediqué a estudiar todas las obras célebres sobre el tema. Otro a leer ensayos sobre la guerra. Para trabajar la parte documental he acudido a muchos centros de investigación y recabado testimonios orales. Hubo un momento en el que tenía tanto material que me propuse hacer una tesis doctoral, pero la idea de hacer una novela acabó pesando más.

¿Es un intento de narrar la Guerra Civil desde otra óptica?
Durante el Franquismo se contó la guerra desde el bando de los vencedores y después aparecieron, más recientemente, las voces de los vencidos. Mi intención era contarlo todo desde un prisma general. Si había un testimonio que me caía bien, no lo soslayaba. Si a eso se le llama ser neutral, pues sí lo he sido. Respecto al realismo mágico, es un estilo en el que me siento cómodo, pero eso no formaba parte del planteamiento inicial. No era consciente de que justamente todo el mundo resaltaría eso; que el pueblo que inventé, Jándula, podría ser Macondo o Comala.

Detrás de ese interés por la historia se encuentran las anécdotas que le contó su abuelo.
El germen, el origen de la novela, está en la memoria de mi abuelo. Comencé a apuntar las historias que me contaba. No eran demasiado especiales ni con desenlaces increíbles. Cuando enfermó, él y yo creamos una relación de las más bonitas que recuerdo, pero siempre le importó poco que escribiera un libro o no. Eso sí; cambié los parentescos y los nombres para que nadie de la familia se ofendiera.

En La península de las casas vacías también está presente el amor.
Sí, hay una historia de amor grande, importante, entre dos hombres. Soy homosexual y me era más fácil imaginármelo así. Quería que ese amor fuese lo más real posible. No fue por transgredir, sencillamente se me hacía más fácil por mi condición.

También es usted músico y pintor. ¿Cómo combina ambas facetas?
He tenido momentos de sentarme y pensar: ‘quiero componer obras con acordeón, escribir, etc..’. No me agobiaba la página en blanco, me agobiaba el no saber qué hacer. A pesar de ello, estoy todo el día haciendo cosas. Tengo la sensación de que una vida da para muchísimo, por eso soy una persona muy organizada.

Aparte de su novela, de 700 páginas, Lumen publicó el debut de una autora, con gran éxito, de una extensión similar: Los escorpiones, de Sara Barquinero. ¿Algo está cambiando en el mercado editorial?
No sé si los autores nacidos en la década de los años 90 tenemos un interés por apuestas más extensas o estructuradas, pero lo que sí es cierto es que las editoriales se están interesando por productos más difíciles. Que valoren un tocho de más de 500 páginas no suele ser habitual. Lo que debo decir es que la gente de Siruela, mi editorial, se ha convertido en mi familia; desde las correctoras a la jefa de prensa.