Llenar hasta la asfixia salas como la Riviera, en Madrid, no acostumbra a ser compatible con atender enfermos de alzhéimer en un turno de noche. Pero esa fue la dura realidad que Jorge Martí debió confrontar durante años. Hoy, sus circunstancias han cambiado y el líder de La Habitación Roja está centrado en la música, siendo uno de esos artistas que convierten el desaliento en lecciones positivas; en balsámicos himnos que suenan radiantes por mucho que perfilen temáticas más oscuras que el carbón (sueños rotos, caminos sin retorno, amores marchitos, el paso inexorable del tiempo...) Su pegadiza ‘euforia de los afligidos’ sonará el 11 de enero en la sala Es Gremi (a partir de las 20.00 horas), donde alzarán el telón de las Mallorca Live Nights 2025 al vuelo de Crear, su decimocuarto álbum.
Su último disco desprende una enorme fuerza y vitalidad. ¿Se siente así Jorge Martí?
—En algunos momentos. En la vida no todo es lineal, hay momentos negativos, cenizos y otros más vitalistas. Este disco tiene algo especial, creo que quedará para la posteridad.
En la composición, ¿ser sencillo es lo más difícil?
—Sí, y diría que en la vida en general. La composición tiene un paralelismo con la vida, ser diáfano y directo es lo más difícil.
Al escuchar sus canciones no tengo claro si sigue buscándose o huye de sí mismo…
—Más bien sigo buscándome. Creo que estamos hechos de certezas y contradicciones, hay una búsqueda de aceptación de uno mismo que no nos deja avanzar.
‘Los seres queridos’ es un hermoso canto a la esencia de la vida, ¿siente que es el tema que más le representa de este LP?
—Es uno de los importantes, sí. Sin ser un disco temático, en este trabajo hay una especie de reflexión sobre la vida, la muerte, lo efímero que es todo y las cosas que realmente son importantes.
Otra canción-retrato podría ser 1986, una precisa radiografía del paso del tiempo, ¿tenía razón Dylan cuando afirmó que lo que se escucha con 15 años siempre nos acompañará?
—Sí, sí… totalmente. De hecho tendemos a menospreciar la adolescencia, y los fundamentos de tus gustos, tu moral y tus sentimientos se fijan en esa etapa de iniciación al mundo. Tengo poco de lo que arrepentirme de esos años.
Sigo con 1986, un tema que describe con una concreción sobrecogedora la primera toma de contacto con la noche, ese reino de príncipes efímeros… ¿Además de los Smiths que otras luminarias bailó aquella noche de la habla la canción?
—Fue la primera vez que entré en una discoteca, se llamaba Espiral y estaba en mi pueblo L’Eliana. Tengo un recuerdo muy vívido de ese día, al entrar en la discoteca sonaban Talking Heads y también sonaron Smiths y Siouxsie and the Banshees. Era increíble que en un pueblo de Valencia hubiera un sitio así.
¿El escenario es más un escapismo o una terapia?
—Pues tiene un poco de los dos. Tengo la certeza de que cuando subes al escenario todos los problemas desaparecen, es un lugar que tiene cierta parte de analgesia.
En la composición, ¿con los años se pierde surrealismo y se gana realidad?
—Bueno, puede que cuando eres más joven hagas cosas de forma más irreflexiva, no se tiene un discurso tan articulado, pero supongo que con los años uno se vuelve más reflexivo, cada palabra cuenta. La clave consiste en seguir siendo honesto y no tener miedo a expresar lo que se siente.
‘Desaprender lo aprendido’ es, según Morrissey, la clave para seguir sorprendiendo al público. ¿Está de acuerdo?
—Soy consciente de que tengo 52 años, te haces mayor y los focos ya no te alumbran, cuando eres más joven es más fácil que te den voz pero me gustar buscar mi propio camino, ahora vas a lo importante, al hueso, a la música. Que un grupo como nosotros sobreviva tantos años tiene que ver con su capacidad para seguir sorprendiéndose.
En la era del sonido urbano, ¿qué necesita el pop alternativo para proyectarse al futuro?
—Creo que más allá de estilos, necesitamos, como en el cine, contar buenas historias.
¿La canción de amor definitiva está por escribir?
—Sí, es algo que te mantiene conectado al mundo, a la música: la esperanza de que la mejor canción aún esté por escribir.
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