En sus palabras, En busca del tiempo perdido «es una novela que está hecha en distintos tomos: el primero es el más fácil, con recuerdos de infancia, con una novela dentro de otra. Te cuenta todas las habitaciones en las que el narrador ha dormido y el terror que le da acostarse en un cuarto desconocido. Piensas que está un poco tocado. Pues en el segundo volumen te explica por qué y te deja con la boca abierta». Además, menciona la famosa escena de la magdalena: «Se queda estupefacto cuando redescubre el sabor de una magdalena mojada en un té. Él dice que le produjo una conmoción y no supo por qué hasta muchísimo después. ¡Pero el lector tiene que esperar al séptimo volumen!». López-Ballesteros razona que «los seis volúmenes son ejemplos, ilustraciones, para llegar al séptimo donde expone sus teorías».
Proustiana
Inspirada por su tercera lectura de la obra a finales de 2021, emprendió la titánica tarea de traducirla: «Soy proustiana desde hace mucho tiempo y durante años había traducido fragmentos para amigos porque Proust tiene una frase para cada cosa y una para toda persona», explica entusiasmada al otro lado del teléfono. Empezó por amor al arte, aunque puntualiza que «la traducción literaria siempre es un poco por amor al arte». Se lo contó a Javier Marías, quien la animó a continuar y, como solo había leído los dos primeros volúmenes, le pidió que le pasara las páginas a medida que las tradujera. Cuando llevaba unas veinte, Marías no pudo ocultar su admiración: «dijo que era una maravilla, de Proust, evidentemente, pero que la traducción merecía muchísimo». Aunque él quería publicarla en su pequeña editorial Reino de Redonda, finalmente fue Alfaguara quien lo ha hecho tras la ausencia del escritor.
Proust ha sido el refugio de la traductora desde que falleció el escritor. «Han sido dos años muy duros», confiesa ahora con la voz quebrada, «está siendo muy duro, y yo me he refugiado ahí y he sido la persona más feliz del mundo dentro de una constante subterránea de tristeza permanente. A las seis de la mañana estoy de pie, yo que era noctámbula, y a las siete estoy delante del ordenador, [y] me siento honrada. La pérdida fue terrible. Para mí es una mezcla de sentimientos tremendos, estoy muy contenta de que el libro esté en la calle, pero ahora que sale su proyecto, su ilusión, Javier no está. Yo sin Javier me quedo a la intemperie. Me quedo sin esa persona que me ha protegido siempre, que me ha cuidado. Pierdo un referente, o sea, Javier es un amigo y es un hermano y mi familia. Si hubiera visto el libro, se hubiera vuelto loco de alegría».
Para ella, traducir es un ejercicio de precisión y humildad. «No hago más de una o dos páginas al día», dice, porque trabaja «la página a fondo, de manera exhaustiva, viendo todas las dificultades que plantea e intentando que no haya tropiezos». Su ambición es que el lector olvide al traductor. Es decir, cuando ella lee En busca del tiempo perdido en francés piensa ‘Proust es un auténtico genio’, «entonces, lo que pretendo, es que el lector en mi lengua, de esta traducción, no diga, ‘ay, pues no está mal esta traducción’ pero diga que ‘Proust es un auténtico genio’». Para ello, navega un campo minado de palabras con la prudencia de quien sabe que una elección fallida del léxico puede alterar la voz del narrador o el registro de los personajes. La solución: tener un conocimiento «prodigioso» de ambos idiomas para evitar que las frases sean «surrealistas». En los agradecimientos también menciona a un amigo proustiano a quien ha recurrido alguna vez porque, aunque «la traducción es una labor muy solitaria, hay que comentar y preguntar». También tiene que documentarse: «Manejo muchísimos diccionarios, mucha bibliografía sobre Proust… pero me he visto poniéndome los zapatos y bajando a la Puerta del Sol, donde hay una tienda de paraguas, para preguntar cómo se llama un paraguas que también vale de sombrilla».
Fama
La fama de Proust como autor difícil es, para la traductora, una injusticia. «Hay páginas y páginas que son frases cortas separadas por un punto y coma. Y son muchas. Y sí, de repente hay la frase que dices ‘madre mía’» pero incluso estas se leen con facilidad, dice, con «un poco de paciencia y entrenamiento porque el autor no tropieza, porque Proust es un mago. Maneja las pausas, el tiempo, la cadencia… Cada frase está aplomada». Entre paréntesis, puntos y coma, hipérbatos y subordinadas, también encuentra un humor sutil que, a menudo, la hace reír.
Mercedes López-Ballesteros no detiene su marcha: se enfrenta al reto de traducir los volúmenes restantes de En busca del tiempo perdido. «Son siete volúmenes, pero son ocho porque uno está en dos tomos», aclara con precisión. El segundo volumen ya está casi listo, y planea completar uno por año.
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