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Es indudable que los atentados terroristas de París y los consiguientes estados de excepción en Francia y Bélgica, tendrán consecuencias en el turismo; las están teniendo. Pero también lo es que hasta ahora en casos similares la recuperación ha sido rápida, debido a que la población europea supera sus miedos con billetes baratos una vez que la tranquilidad vuelve a las calles y a las mentes.

Sin embargo en esta ocasión el peligro está no en la reacción de los ciudadanos sino en la de los gobiernos. El prestigioso colaborador del Finantial Times Wolfang Munchau publicó el pasado día 21 un artículo en su periódico en el que aboga directamente por la supresión del espacio Schengen y la vuelta a las fronteras nacionales.

Según Munchau, la eliminación de Abdelhamid Abaaoud, el organizador de los ataques, en el asalto a un piso de Saint Denis fue un éxito de la policía pero un fracaso de Schengen, puesto que uno de los terroristas más buscados pudo moverse libremente entre Siria, Bélgica y Francia. En realidad los terroristas llevaban vida de commuters viviendo en Bruselas y trabajando en París.

En Schengen cada país es responsable de controlar sus propias fronteras que en algunos, recordemos Ceuta y Melilla, son también las comunes... Existe una agencia, Frontex, que coordina e intenta establecer niveles, pero que carece de recursos para controlar las fronteras comunes, como sí ocurre por ejemplo en Estados Unidos

Si, en opinión de Munchau, Schengen no puede garantizar un nivel adecuado de seguridad entre sus miembros, deberán ocuparse los países miembros que sí pueden hacerlo. El resultado sería, en primer lugar tan caro de mantener, especialmente para Francia, que impediría cumplir con los objetivos de déficit, lo que en sí mismo no es un grave obstáculo, pero sobre todo significaría un importante paso atrás con graves consecuencias sobre el turismo.

Unos 600 millones de turistas visitarán Europa este año, la mayor parte procedente de otros países europeos, más de la mitad de todo el tráfico turístico mundial. La reimplantación de las fronteras nacionales tendría indudables consecuencias negativas, especialmente en los destinos que se alimentan del tráfico por carretera.