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La necesidad de dar solución a los problemas estructurales que arrastra el archipiélago y a la complejidad que emana del contexto global apela, de manera creciente, a mayores dosis de cooperación entre los agentes regionales. Tal vez por ello, de forma progresiva, estamos entrando en un nuevo ciclo marcado por la premisa ‘cooperar para competir’.

Este nuevo ciclo está obligando a los agentes de la tretahélice balear –sindicatos, patronales, empresas, administración, centros de investigación, universidades y otros agentes– a profundizar en la colaboración para identificar vías de progreso e impulsar la competitividad global sostenible de Balears. Si bien estas formas de colaboración han estado siempre presentes, numerosas regiones de nuestro entorno testimonian la tendencia creciente hacia formas organizativas cada vez más complejas, como la constitución de plataformas y redes permanentes en el tiempo y heterogéneas en su composición, pues están integradas por agentes de distinta naturaleza. Quizá la mejor manera de ilustrar esta evolución es señalar la diferencia que existe entre considerar la cooperación como un instrumento o considerarla como una cultura.

La cooperación, de acuerdo con la Real Academia Española, se define como la acción de cooperar y obrar con otros para un mismo fin. La cooperación engloba, así, un conjunto de actividades que se construyen a partir de las interacciones y colaboraciones entre actores para la consecución de objetivos mutuos. Esta conceptualización de la cooperación asociativa enfatiza su carácter instrumental en la medida que permite sumar esfuerzos, capacidades y financiación para conseguir objetivos y resultados.

Sin embargo, el reto para el futuro está en transformar este carácter instrumental de la cooperación en una cultura que impregne el conjunto del sistema. Esta evolución se fundamenta hoy en la necesidad de complementar las capacidades regionales y formar la masa crítica necesaria para impulsar la competitividad. Primero, por la necesidad de las regiones de especializarse desde la inteligencia. No se trata solo de impulsar la cooperación entre agentes económicos y/o actividades, sino de acercar el conocimiento tácito de empresas y agentes sociales y el conocimiento explícito de las infraestructuras de conocimiento para identificar áreas no alejadas cognitivamente en las que la región mantiene ventajas comparativas y competitivas (reales y potenciales). Segundo, por la progresiva fusión de sectores como consecuencia de las nuevas tecnologías y la propia heterogeneidad de los procesos de innovación. Tercero, por los beneficios que reporta la complementariedad, en términos de potencial competitivo, calidad de los procesos de toma de decisiones y resultados obtenidos e impacto sobre el grado de internacionalización.

Probablemente este sea el escenario al que nos dirigimos, aunque para ello será necesario todavía sortear muchos obstáculos y asimilar las diferencias culturales que existen entre las distintas organizaciones desde la generación de un marco confianza proclive al intercambio de información. Y es que las dificultades de la cultura de la cooperación se hacen más evidentes cuando se desciende al terreno operativo, pues obliga a gestionar las relaciones entre competitividad y cooperación. Ambos ingredientes son inevitables y necesarios en la sociedad del futuro. Ambos fomentan la creatividad y aportan valor añadido y, conjuntamente, garantizan el desarrollo regional.