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Los dos términos no son nuevos. El posmodernismo, un relativismo con respecto a la realidad, una nueva lógica del conocimiento, nace en la década de los 70 con J.F. Lyotard al insertarse con la alta tecnología y el cambio continuo en el entorno económico-empresarial de contextos turbulentos, cambios sociales y demográficos, característicos de la modernidad líquida del Nobel Z. Bauman, en la que “la única certeza es la incertidumbre”, o la sociedad red de Manuel Castells.

Por otra parte la posverdad (post-truth), que ha sido elegida palabra del año por el Diccionario de Oxford, la utilizó por primera vez S. Tesich en 1992 para definir un nuevo paradigma comunicativo en el que la verdad no importa, solo las emociones que se puedan crear construyendo una realidad virtual en la que la verdad y la mentira son lo mismo, es decir, un concepto sofisticado de la demagogia, viralizando la mentira, y caen en el espejismo de que las redes sociales crean comunidades (los llamados lookalikes) que suelen compartir una misma ideología, obviando que en otras partes de Facebook o Twitter, por poner un ejemplo, hay otras comunidades en las antípodas ideológicas en las que se difunden mensajes radicalmente diferentes que se retroalimentan.

A la posverdad se le atribuyen, en el ámbito político, las sorprendentes victorias electorales de los partidarios del brexit, el “no” al acuerdo de paz en Colombia, la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas, así como la utilización generalizada por movimientos populistas en nuestro entorno geopolítico que predican soluciones aparentemente fáciles para problemas realmente complejos.

En el mundo de la empresa posmoderna, decir mentiras (la posverdad) en muchos casos sale a cuenta y la mala praxis en la gestión empresarial, las compañías corruptas y aquellas que promueven el fraude y la mentira como la esencia de su negocio tienen la ventaja que sus stakeholders (inversores, clientes, proveedores..) son proclives a los rumores, infundios y desmentidos que circulan en el mundo del dinero.

‘Normalization of lying at work' es un interesante estudio de la Universidad de Cardiff que analiza el impacto de la posverdad en el ámbito empresarial, con ejemplos que todos podemos recordar, desde la norteamericana Enron, que durante años falseó la información financiera, al más reciente de Volkswagen con la manipulación programada de la emisión de gases contaminantes en millones de vehículos.

La incorporación de los big data y de los algoritmos en la gestión empresarial abre nuevos escenarios a la posverdad, al disponer de instrumentos que permiten seleccionar contenidos que no tienen en cuenta la veracidad de la información, o en el peor de los casos la capacidad que permite manipular la segmentación de las noticias.

El algoritmo es un software que optimiza y determina qué informaciones aparecen y en qué orden. En las redes sociales, que no son neutras y tienen sus propios intereses, cuando una noticia se comparte cientos de miles de veces, se viraliza y se cuela en el ciclo informativo, sin discernir entre información verdadera y falsa.
Amigo empresario, la posverdad es una mentira asumida como verdad o una mentira que, aun asumida como mentira, refuerza una creencia social como hecho compartido, y cuanto más se difunda, mejor. Por ética empresarial, no compita en las redes sociales por la atención de los seguidores y que estas puedan condicionar nuestra opinión o nuestras estrategias de gestión empresarial.