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EUROPA PRESS-BAGDAD
Después de tres décadas en el poder, Sadam Husein, que se consideraba un héroe que conducía a los árabes a la gloria, terminó capturado sin resistencia por los soldados norteamericanos en un subterráneo construido en una granja de su región natal, al norte de Bagdad. El culto a la personalidad creado alrededor al «gran dirigente», que no dudaba en compararse con Saladino, liberador de Jerusalén, y con el legendario Nabuconodosor de Babilonia, finalizó con la captura poco gloriosa de un «hombre cansado y resignado a su suerte», según el comandante Ricardo Sánchez.

La imagen de su desplome, la derrota sin resistencia que ya había sufrido en abril pasado su ejército del que tanto presumía, paralelamente al hundimiento del partido Baas, y esto asociado con la brutalidad del régimen, marcarán para siempre la historia de una vida tumultuosa. Sadam Husein, que nació pobre y luego vivió en grandes y extravagantes palacios, desafió más de una vez a Estados Unidos, la gran potencia. Lo pagó con la derrota y la humillación, cuando sus estatuas fueron arrastradas por el barro y sus retratos desgarrados, manchados o quemados.

Sadam Husein, que había prometido a los iraquíes: «morir en este país y preservar nuestro honor, el honor que debemos a nuestro pueblo», se rindió sin resistencia y sin que se dispare un solo tiro. El ex presidente iraquí apareció en un vídeo difundido por la coalición con el rostro cubierto por una espesa barba grisácea, los cabellos largos, la mirada perdida.