Pero la multitud pudo más que los planes, y miles de palestinos
entraron para festejar y saquear cualquier objeto de entre las
ruinas de las más de 1.800 viviendas demolidas por el Ejército
antes de completar su retirada ayer a las siete de la mañana. «La
misión ha sido cumplida, ha concluido una era», se limitó a decir
el general Aviv Kojabi, el último militar israelí en salir de Gaza.
Las sinagogas, vacías de todo vestigio religioso, fueron dejadas
en pie por decisión del Gobierno israelí a última hora ante la
oposición que la alternativa de destruirlas había levantado en
círculos religiosos judíos de dentro y fuera de Israel. En un
principio estaba previsto que la población palestina no entrase en
los asentamientos durante 72 horas, hasta que la ANP hiciera un
estudio de la situación y desplegara sus fuerzas de forma
ordenada.
Del lado israelí de Kisufim, Kojavi echó el cerrojo al paso
fronterizo e izó con sus soldados la misma bandera que horas antes
había arriado de la comandancia general del Ejército en la franja.
«A partir de ahora -agregó el alto mando- la ANP tiene la
responsabilidad de lo que ocurra en Gaza. Nosotros la tenemos por
el futuro de nuestra población».
Lo que ocurre en Gaza es el reflejo de las numerosas banderas
verdes del movimiento Hamás y amarillas de Hizbulah, que entraron
antes del amanecer en los asentamientos evacuados, en una
demostración de fuerza y sentimiento de victoria por parte de las
organizaciones radicales rivales al movimiento gobernante
Al-Fatah.
Pero para los palestinos ayer no había rivalidades, sino
regocijo. «Hoy (ayer) es un día para la felicidad y el regocijo del
que nuestro pueblo ha sido despojado en el último siglo», manifestó
el presidente palestino, Mahmud Abás, quien también recordó el
largo camino por delante hacia la independencia.
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