Dos imágenes del santuario del imán Alí Al-Hadi: la superior, tomada ayer; la de abajo, del pasado día 2.

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El bombazo contra uno de los más venerados santuarios chiíes en la ciudad de Samarra, y el posterior ataque en represalia de decenas de mezquitas suníes en el país hacen planear el fantasma de la guerra interconfesional en Irak. La violencia desatada tras el ataque contra el templo chií se cobró la vida de al menos seis suníes, tres de ellos imanes, además del secuestro de otro clérigo suní en Bagdad.

La violencia se desató en el país pese a que los llamamientos a la calma, que trataban de evitar el conflicto sectario, no tardaron en llegar. El gran ayatolá Alí Al Sistani, máxima autoridad religiosa del chiísmo iraquí, instó a que los fieles a que se manifestaran de forma pacífica.

Según la policía iraquí, los ataques contra unas 30 mezquitas suníes en Bagdad «fueron cometidos por gente enfurecida por lo sucedido en Samarra», dando a entender que habían sido perpetrados por fieles chiíes. Los ataques contra los suníes llegaron el después del último atentado mortal contra los chiíes, ocurrido el martes, cuando la explosión de un coche bomba en un restaurante dentro de un mercado de un barrio de mayoría chií en el sur de Bagdad dejó 22 muertos y 27 heridos.

Los altercados llegaron después de que un atentado al amanecer en el interior del santuario del imán Alí Al-Hadi, uno de los doce imanes santos más importantes de la comunidad chií, destruyese su cúpula de oro. Pese a que el ataque no dejó víctimas, causó la inmediata reacción de la comunidad chií iraquí, mayoritaria en el país, que salió a la calle para condenar el atentado y mostrar su repulsa contra las tropas norteamericanas y el gobierno iraquí, a los que acusaron de no proteger los santuarios.

«Al Sistani insta al pueblo iraquí y a los musulmanes en todo el mundo a expresar de forma pacífica su protesta y a condenar este crimen», dijeron fuentes de la oficina de Sistani. El primer ministro iraquí, el chií Ibrahim Al Yafari, condenó el atentado que calificó de «acción cobarde contra todos los musulmanes», e instó a los iraquíes a que se mantengan unidos contra los «terroristas».

El presidente iraquí, el kurdo Yalal Talabani, también condenó el atentado, y lo calificó de «crimen para incitar el odio sectario», además de alerta de una guerra civil tras los ataques a las mezquitas. El presidente iraquí insistió en que el momento elegido para el ataque indica que uno de sus objetivos es interrumpir el proceso político y obstaculizar las negociaciones para formar un gobierno de unidad nacional.