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EFE-WASHINGTON Aún quedan 76 días para que Barack Obama jure el cargo, pero el futuro inquilino de la Casa Blanca ya se ha lanzado, sin demora, a sus tareas presidenciales, acuciado por la grave situación económica y las necesidades sociales de EEUU. Sin tiempo para deleitarse en su histórico triunfo, Obama mantuvo ayer contactos con mandatarios de todo el mundo, entre ellos el propio George W. Bush y el Papa Benedicto XVI, en un anticipo de lo que será el día a día a partir del 20 de enero.

Tras la tensión del martes, Obama pudo desayunar ayer tranquilamente con sus hijas y hacer deporte en el gimnasio, aunque no le quedó mucho más tiempo libre, pues ya se ha embarcado de lleno en la formación de su equipo y en preparar la transición gubernamental.

De momento, algunos medios han informado de que el primer nombramiento será el de su jefe de Gabinete, puesto clave para el que podría elegir al congresista de Illinois Rahm Emanuel.

Para hoy ha sido convocado por el director de la CIA, Mike McConnell, para mantener una primera sesión informativa sobre asuntos de Inteligencia, iniciativa que también se ha extendido al vicepresidente, Joe Biden.

Sin tiempo que perder, el equipo Obama-Biden debe comenzar a forjar el programa de Gobierno para los próximos cuatro años, conscientes de que las expectativas son muy altas y de que la crisis le impedirá desarrollar totalmente sus planes de bajar los impuestos e invertir en programas sociales.

Durante la campaña, el senador, de 47 años, se ha apoyado en el mensaje de cambio, y ha convencido a los electores de que es la persona apropiada para dar una nueva dirección al país y devolver la prosperidad y el prestigio que la primera potencial mundial merece.

Pero una vez lograda la victoria, hay que convertir las promesas en hechos, especialmente en materia económica, que ha sido la prioridad de los votantes al elegirle, según las encuestas a pie de urna. Cuando Obama se siente por primera vez en el Despacho Oval se encontrará con una economía inmersa en la peor crisis financiera en 80 años, con un crecimiento negativo que puede ser del 2'5% en el cuarto trimestre y con un grave deterioro del mercado inmobiliario.

Además, las bolsas habrán sufrido una tremenda corrección, mermando la capacidad de gasto de las familias estadounidenses, e industrias enteras se habrán visto abocadas a un proceso de reconversión sin precedentes.

Entre ellas, la banca, abocada a tener que depender de las ayudas estatales para seguir operando en el día a día, y también la industria del automóvil, que se enfrenta a un futuro incierto.