Combatientes kurdos tras una de las victorias que marcaron el principio del fin del poder territorial de Estado Islámico. | Efe

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Sus crímenes resonaron con fuerza hace algún tiempo. Estado Islámico era una amenaza de dimensiones globales hace tan solo unos pocos años. Pero su califato de terror fue derrotado, en Rojava, al norte de Siria, y también en Irak. Hoy, mientras unos sacan pecho por su labor antiterrorista y llaman a la confianza, caso del primer ministro iraquí, otros no dudan que la amenaza del Dáesh no ha sido zanjada por completo. En las prisiones, donde permanecen recluidos miles de combatientes leales al califato, los intentos de fuga y los motines resultan recurrentes. En los campos, los hijos de los yihadistas criados por sus viudas prometen una nueva generación de terror, y sus ideas extremistas campan a sus anchas mientras malviven en precarias condiciones.

Estos días la justicia española juzga a un presunto yihadista que fue detenido en agosto de 2022 en Mataró (Barcelona) tras detectar la Policía que había accedido a Europa de forma clandestina por la llamada ruta de los Balcanes junto a otro Combatiente Terrorista Extranjero (CTE) que fue arrestado en Austria. Algunas fuentes conocedoras de la situación en la autogestionada región kurda de Rojava consideran a los extranjeros de Estado Islámico como los más radicales y extremistas dentro de su ideología. M.A., de origen marroquí, se enfrenta a una petición del Ministerio Fiscal de 17 años de cárcel.

Su sino lo dirimirá la Audiencia Nacional y lo cierto es que las fuerzas y cuerpos de seguridad europeos dedican especial atención a seguir los pasos de estos ‘retornados’ una vez regresan al Viejo Continente tras pasar un tiempo adiestrándose y haciendo la guerra. A pesar de recientes y aparentes operaciones, Turquía no acostumbra a poner demasiados impedimentos a su viaje de regreso. El propio líder turco Recep Tayyip Erdoğan reconoció en su día que tal vez deberían haber puesto más obstáculos en el camino de miles de extranjeros a Siria para unirse a las filas del Estado Islámico.

En este contexto, han sorprendido las declaraciones recientes del jefe de gobierno iraquí, Mohamed Shia al Sudani. Esta semana ha afirmado que no necesitan la presencia de una coalición antiyihadista, encabezada por Estados Unidos, ya que el grupo extremista «no supone una amenaza». Precisamente estos días Washington ha completado la salida de otro estado que libra la batalla contra el yihadismo, en el caso de Níger. Al Sudani recalcó en una declaración pública que «el Irak de 2024 no es el mismo que el Irak de 2014. Hemos derrotado a Dáesh con nuestros sacrificios (...) y encontramos que las justificaciones terminaron, y ya no hay necesidad de una coalición de 86 países».

Según el relato del mandatario iraquí Estado Islámico «no supone una amenaza» y su país ha pasado de «un periodo de guerras a la estabilidad». En 2014 los yihadistas leales al califafo que propugnó en su día Abu Bakr al-Baghdadi dominaron amplias zonas, regiones enteras, y su presencia se percibió de forma notable en enclaves como Mosul, donde la virulencia de los combates dejó rastros que todavía son bien visibles hoy en día. Sin embargo, para el primer ministro de Irak los yihadistas de Estado Islámico se han convertido en un «grupo de personas aterrorizadas que se esconden en cuevas en el desierto y en las montañas».

En todo caso, en las últimas fechas, distintas informaciones apuntan a que la lucha contra Dáesh no descansa. En una operación realizada el mes pasado entre la coalición y las fuerzas de seguridad iraquíes, catorce yihadistas murieron en el oeste de Irak, entre ellos cuatro cabecillas de la agrupación. Otro importante jefe zonal de Kirkuk ha caído más recientemente, y las operaciones se llevan a cabo también en la zona siria en conflicto. Esta misma semana las milicias kurdas de las Unidades de Protección Popular (YPG) han anunciado la muerte de cuatro presuntos miembros del grupo yihadista en la provincia de Raqqa, una de las que mejor conocen el poso de Estado Islámico en la región.

Allí las autoproclamadas autoridades kurdas, que mantienen una cierta tensión territorial con Damasco, reclaman al contrario que en Irak una mayor implicación de las fuerzas internacionales en el combate del día a día contra lo que queda de Estado Islámico. Olvidados por casi todo el mundo tras la salida abrupta de las tropas de Estados Unidos del territorio en octubre de 2019, las autoridades civiles y militares vigilan con un ojo y medios precarios el avispero islamista del que se les nombró carceleros; mientras tanto con el otro tratan de sortear los ataques periódicos de otro viejo enemigo: Turquía.