Ayer fue un día regulín. Si en la víspera se me había escapado por
un pelín Bob Miller, recién llegado de Eivissa, donde, junto con su
esposa e hija, María Pía, había pasado el fin de semana, ayer por
la mañana, no serían todavía las diez, Henry d'Orleans, recién
aterrizado de París con su esposa, me daba calabazas cuando le
abordé a pocos metros de su casa, llegando de hacer la compra,
según me pareció.
Tocado con sombrero de ala ancha, y con la sonrisa a flor de
labios, declinó hacer cualquier tipo de declaración. «Este año no
recibimos a la prensa», nos dijo arrancando de nuevo el coche.
«Espero que sea así, que no reciba a nadie, porque si no, no
estaría bien», le digo, aunque no sé si me oye.
A mí no me extraña nada que no quiera hablar. Según me han
contado, tras la muerte del conde de París, entre los miembros de
esa familia han surgido ciertas diferencias: un grupo de hermanos
apoya a Henry; otro, no, y entre ambos está Diana de Francia, que
no apoya ni a unos ni a otros, vamos, que no le importa en absoluto
lo que piensen ambos dos, tanto que ayer se encontraba con su
esposo, el duque de Würtemberg, haciendo un crucero por el
Mediterráneo a bordo del No lo sé, su buque, teniendo previsto su
regreso a Mallorca a primeros de agosto.
Pues bien, de vuelta de la casa pollensina de Henry d'Orleans,
en cuya parte más alta de la misma el nuevo conde de París ha
colocado una bandera con su escudo, el suyo, echo un vistazo por
Puerto Portals y... ¿a quién dirán que encuentro? A Mari Carmen
Martínez Bordiu Franco, ex duquesa de Cádiz y ex señora a
Rossi.
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