Como ya nos tiene acostumbrados, la banda terrorista ETA vuelve a
resurgir de su silencio para lanzar un nuevo órdago al Gobierno y a
toda la sociedad, a la vez que la policía francesa lleva a cabo
nuevas y decisivas detenciones. El último comunicado de la banda
invita al Gobierno de la nación a un nuevo encuentro para dialogar,
pero lo hace imponiendo una serie de condiciones que, a priori,
parecen más una tomadura de pelo que una propuesta seria de proceso
de paz.
La mayoría de los políticos, naturalmente, ha acogido la
invitación al diálogo con asombro, escepticismo y, algunos, con
muestras del más absoluto rechazo. Primero, los terroristas nombran
a sus interlocutores, que resultan ser tres activistas encarcelados
con una larga y macabra historia a sus espaldas. Luego, exigen la
excarcelación de todos los presos vascos, el abandono de las
Fuerzas de Seguridad del Estado y del Ejército español del
territorio vasco y, por último, la aceptación por parte del
Gobierno de la decisión que adopten los ciudadanos de Euskal Herria
respecto a su futuro "lo que se ha dado en llamar
autodeterminación".
Las dos primeras condiciones son de por sí un disparate, aunque
quizá con el tiempo, y cumpliendo una serie de requisitos, podría
darse una amnistía y el abandono de Policía Nacional y Guardia
Civil de Euskadi. La tercera, que a simple vista parece más
sencilla, es la más difícil de cumplir. En el caso, claro, de que
el Gobierno quisiera aceptar las condiciones etarras. Y es difícil
porque al hablar de Euskal Herria y no de Euskadi, los etarras
involucran en el proceso de paz a las tres provincias vascas",
junto a las tres vasco-francesas y Navarra. Y hoy en día, cuando
tres de esos territorios pertenecen a Francia y Navarra constituye
otra comunidad autónoma, la unión de las siete provincias
históricas resulta imposible.
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