Tras más de un año sin conocer un asesinato, un secuestro o
cualquiera de las habituales manifestaciones de violencia a las que
nos tenía acostumbrados la banda terrorista ETA desde hace más de
treinta años, acaba de terminar el paréntesis de paz y
tranquilidad.
Es probable que ETA espere aún un tiempo antes de volver a dar
un zarpazo, pero desde el mismo instante en que sonaron las
campanadas de la medianoche el pueblo vasco y, con él, todos los
españoles, perdieron la tranquilidad, la seguridad de saber que los
terroristas dormían.
Ahora han despertado y en las últimas horas, desde que se
anunció el final de la tregua más larga de su historia, todos los
dirigentes políticos del País Vasco se movilizaron con carácter de
urgencia para tratar de detener un proceso que, por desgracia,
parece irreversible.
Nadie sabe quién, ni cómo ni por qué, toma las decisiones en la
banda terrorista, pero lo cierto es que la determinación de poner
fin a la tregua y volver a empuñar las armas ya está tomada y es
previsible que todas las acciones políticas sirvan de poco para
contrarrestar esa tozudez etarra con la violencia como única
salida.
Precisamente ayer, un envejecido Xabier Arzalluz lanzaba la
última oferta antes del fin de la tregua para tratar de estrechar
aún más los lazos que unen a su partido, el PNV, con Euskal
Herritarrok, dos caras del nacionalismo que viven una frágil luna
de miel. La idea del dirigente peneuvista es superar el marco del
Estatuto de Gernika creando un nuevo «ámbito jurídico-político que
abarque a todos los vascos» y que incluya el derecho a definir su
propio futuro. Lo que equivale a pedir el derecho de
autodeterminación, algo que desde los partidos estatalistas nunca
se llegará a aceptar y que creará otro punto de enfrentamiento
entre políticos de uno y otro bando.
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