La cumbre de Helsinki, en la que los Quince han decidido dar
entrada en la Unión Europea (UE) a seis países del Este y a
Turquía, origina algunas dudas en torno a su futuro, si bien es
cierto que las fronteras comunitarias están destinadas a crecer
dentro de unos límites razonables. Sin embargo, la amalgama de
Estados que conformarán la Unión, con una diversidad no sólo
cultural, sino también económica, hace que este asunto deba ser
tema de reflexión, tal y como señalaba el presidente de la Comisión
Europea, Romano Prodi, quien pedía un amplio debate de los Estados
miembros e, incluso, de sus parlamentos nacionales.
Uno de los principales problemas que se presenta ante la
ampliación es el de la misma estructura política de la UE, que
debería adecuarse a las nuevas necesidades, ya que parece imposible
que pueda seguir funcionando de la misma forma ante la inclusión de
estos nuevos Estados. Y, en este punto, es preciso aludir al
derecho de veto de los países miembros y a cómo va a quedar en un
futuro próximo.
Y, por otra parte, vuelve a plantearse el asunto de la soberanía
de cada uno de los integrantes de la UE. La puesta en
funcionamiento del sistema euro ya ha supuesto una renuncia de cada
uno de los Quince por lo que respecta a su economía, dirigida, en
lo que a los grandes parámetros se refiere, desde el Banco Central
Europeo. Pero resta aún saber hasta qué punto va ser una realidad
la unión política, lo que supondría, evidentemente, una mayor
renuncia a parcelas de gobierno que hoy por hoy están en manos de
los ejecutivos nacionales de los Estados miembros. Es por ello que
parece absolutamente necesaria esta reflexión a la que aludía Prodi
para determinar cómo y de qué forma se articula la Unión.
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