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Tras diez años de aplicarse políticas de liberalización económica, la mayoría de países de Latinoamérica han visto acabar el año 1999 o bien bordeando la recesión, o cuando menos atravesando situaciones extremadamente complicadas. La desbordante "y como se ve, injustificada" fe en el mercado que predican las filosofías ultraliberales del momento, no está dando buenos resultados en una región del mundo nacida para la riqueza. Los niveles de pobreza han aumentando a lo largo de los 90, ofreciendo unos datos realmente estremecedores. Nada menos que unos 130 millones de los 445 millones de habitantes de América Latina son pobres, y el 16%, míseros. Siempre atendiendo a datos del Banco Interamericano de Desarrollo nos encontramos con una distribución de la renta que es indiscutiblemente la peor, la más injusta del mundo: el 20% de la población percibe el 4'5% de la riqueza. Todo ello configura un panorama de realidades sociales lamentables que se agravan año tras año. Apenas una minoría de los habitantes tiene acceso a bienes tan razonablemente elementales como un crédito bancario, o alguna forma de seguro social. Naturalmente que la mayoría de males que han conducido a esta situación arrancan de antiguo y no son consecuencia inmediata de la aplicación de una u otra política económica. Décadas de auténticos disparates económicos, flagrantes ilegalidades, corrupción desbocada y nulas inversiones en materia de educación o sanidad, unidas a una nula regulación y control del gasto, han ayudado lo suyo. No obstante es obligado reconocer que diez años de aplicación de una determinada política de liberalización, suponen un margen más que suficiente como para de esperar de él unos resultados que tristemente no se han producido. La falta de estructuras macroeconómicas estables parece convrtir en desaconsejable este tipo de políticas. Hasta el punto de que empiezan a dejarse oír con cierta insistencia voces que reclaman un fortalecimiento del Estado, visto que los mecanismos de mercado a ultranza puestos en juego no han traído en modo alguno la esperada prosperidad. Mientras, aquellas venas abiertas de América Latina de las que hace ya décadas habló Galeano, siguen sangrando.