La tarde lluviosa y el ambiente invernal hacía presagiar la
renuncia por parte de los ciudadanos de Sant Jordi a la popular
tomatigada. Pero el presagio no se hizo realidad. Puntual a su
cita, los ciudadanos, en especial niños y jóvenes, se acercaron
hasta la finca de Can Forner, en el camino Binissalom de Sant
Jordi, para iniciar una batalla a tomatazo limpio.
Sin ningún sentimiento negativo, los participantes se lanzaban
tomate tras tomate, sin descanso ni respiro hasta conseguir
embadurnarse hasta las orejas.
Como si de una gran ensalada se tratase, las gotas de lluvia
aliñaban los miles de tomates que se encontraban dispuestos en
cuatro montones con una separación de un metro y medio
aproximadamente, provocando una pringosa a la par que repugnante
salsa de tomate. Este hecho no impidió que los batalladores
incansables, en su mayoría niños de edades comprendidas entre 4 y
12 años, disfrutaran de la fiesta con gran emoción e ilusión. La
vergüenza inicial de lanzar el primer tomate quedó anulada por la
euforia colectiva de pringar lo máximo posible al contrario.
Fueron muchos los curiosos que se situaron cerca de la explanada
para presenciar la batalla, evitando en todo momento ser alcanzado
por una de esas «balas rojas». Los padres también vigilaban a sus
hijos desde una distancia óptima para no recibir algún las
salpicaduras de esta incruenta lucha.
Esta original fiesta, herencia de las tradicionales tomacades
valencianas, no utiliza verduras comestibles, sino que, por el
contrario, se trata de tomates en avanzado proceso de putrefacción.
Este dato acentuó el carácter pringoso de la batalla que, a
diferencia de la celebración peninsular, no se realizó en la plaza
del pueblo, para evitar así el engorro de las calles y los
edificios. Además, los participantes no taparon sus ropas con
ningún tipo de prenda salvamanchas, como ocurre en algunos
lugares.
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