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En el seno de la Unión Europea se multiplican los problemas, ya que a los derivados de la falta de prestigio -casi de entidad- de su futura moneda, y a los relativos a la inadecuación de unos Tratados que casi anualmente se ven desbordados por los acontecimientos, se añaden ahora los que guardan relación con el futuro reparto de poder tras la ampliación. Los 15 países que hoy conforman la UE van a verse obligados a reestructurar el equilibrio existente en los mecanismos de adopción de decisiones cuando Europa se haga más «grande», después de las incorporaciones de nuevos países. Tanto la Comisión Europea -el Ejecutivo comunitario- como el Consejo de Ministros, van a vivir una auténtica pugna que se reduce a algo tan simple como la discusión acerca del reparto de poder entre los países grandes y los pequeños. Es evidente que, hasta cierto punto, los grandes han ido perdiendo poder tras las sucesivas ampliaciones, por lo que ahora parecen escasamente dispuestos a hacer mayores concesiones. No se trata de un problema demográfico, sino político, como ya se ha apuntado. Pero la cuestión consiste en la matización de ese peso político. Tal vez los males arrancan de ese Tratado de Amsterdam de 1997, en el que no quedaron suficientemente resueltos aspectos tan elementales como, el tamaño de la futura comisión, el número de votos que cada país debe tener en el Consejo de Ministros, y los asuntos que deben acordarse por mayoría cualificada y no por consenso. Por lo que volvemos a la matización en lo concerniente a la «cualificación» de esa mayoría. Está claro que, en principio, la nueva UE debe dar cabida a todas las «sensibilidades» que la conformen; pero eso no pasan de ser palabras. La realidad es que priman los egoístas nacionales y casi nadie está dispuesto a renunciar a sus privilegios, sean éstos pactados o sencillamente adquiridos. En la cumbre de Niza de los próximos 7, 8 y 9 de diciembre, nada va a resultar fácil. Si los grandes renuncian a algo, inevitablemente exigirán contrapartidas; mientras que si ello no ocurre, serán los pequeños quienes se plantearán seriamente el interés que encierra su incorporación a una Europa que hasta parece haber perdido el rumbo en el único aspecto en el que parecía mantenerlo firme: el económico.