El menorquín Segundo Petrus Llabrés se incorporó al Ejército
republicano en 1938 en la denominada «quinta del biberón», cuando
apenas contaba 17 años. Concluida la contienda, una mañana de abril
de 1939, fue embarcado junto a un millar de combatientes del bando
derrotado en el «Castillo Coca», un mercante noruego capturado por
los nacionales cuando portaba armas, en lo que sería una auténtica
odisea para aquellos hombres, movilizados hasta el término de la II
Guerra Mundial.
Los soldados menorquines de las quintas del 39, 40 y 41,
agrupados en la Asociación de ex Combatientes de la República y
Veteranos de la Segunda Guerra Mundial, reclaman ahora a Defensa
una reparación económica por los ocho y hasta nueve años de su vida
que el Ejército les arrebató entonces, como un castigo por haber
tomado las armas «en el bando equivocado».
El diputado del PP Joan Salord y el general menorquín Luis
Alejandre Sintes, hasta el pasado año director del Gabinete Técnico
del ministro Trillo, han tomado la bandera de estos veteranos para
que su causa no caiga en el olvido. Joan Salord reconoce que «no se
trata de una tarea fácil», ya que la Dirección General de Costes de
Personal y Pensiones Públicas del Ministerio de Economía ha
denegado inicialmente la solicitud, alegando que ya se han
reconocido los derechos de otros colectivos como los fallecidos en
la contienda, prisioneros de guerra o quienes sufrieron prisión por
motivos políticos. «Parece que la única posibilidad es que las
Cortes aprueben una ley específica para este colectivo "explica
Salord", por lo que estamos estudiando esta posibilidad con el
diputado Albert Moragues del PSOE», miembro de la Comisión de
Defensa del Parlamento español.
De los cerca de mil menorquines que vivieron esta atípica
situación, apenas quedan con vida unos trescientos, según señala el
presidente de la asociación, Pedro Caules Mercadal. «Sin duda
fuimos represaliados por el régimen de Franco por haber luchado en
el bando republicano "afirma". Cuando concluimos el servicio
militar, tras nueve años privados de libertad, habían dado todos
los puestos de confianza, las plazas de la policía, la Guardia
Civil, Correos o el servicio forestal, a los combatientes
nacionales».
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