«Mi intención, con mis medios limitados de aprendiz de escritor, ha sido contar el pasado de mi familia desde ese Sóller de 1882 y su huerta de naranjos hasta mi Normandía con sus campos de manzanos». Michel-Bernard Cardell Calafat es un hombre con un talante especial, capaz de crear de la nada, de aquellos «universales». Michel, francés, nacido en Coutances en 1929, es hijo y nieto de sollerics y su carácter inquieto le ha hecho pasar de su amor por la música a su indestructible relación con el mar. Ya en la jubilación, decidió trabajar la memoria para imprimir sus recuerdos, que dividió en dos tomos. El primero salió a la luz hace dos años: Mi libro, del valle de los Naranjos al de los Manzanos. Su juventud centraba el contenido, especialmente bañado con el desembarco aliado de Normandía del 6 junio de 1944.
Pero un sólo libro no bastaba para reflejar toda sus experiencias y ahora publica un segundo tomo de su vida, Detrás de los años, del valle de los Manzanos al de los Naranjos, que narra su regreso a Mallorca, los cambios vividos y los oficios de la madurez: una tienda de discos (Discomatic), sonorización e iluminación de salas de fiesta, (entre ellas Barbarela) y una red de tocadiscos automáticos y futbolines. «Al volver a Palma en 1962, noté enseguida la gran enfermedad de las grandes ciudades: la prisa. El parque móvil se había desarrollado. La gente ya no iba a pie, cruzando la ciudad de norte a sur. No, la moda era la Vespa», cuenta Michel en su libro. «Me sorprendió mucho ver el espectáculo del aguinaldo del 22 de diciembre a los guardias urbanos», añade.
En la larga lista de oficios y profesiones y actividades diversas, figuran en la vida de este francés-solleric un supermercado llamado Rivoli, una tienda de pescados congelados «que nos dejó más que helados por los recibos de GESA», una charcutería, el Hotel York, un taller de venta al mayor de confección de vestidos, y para terminar, «lo que fue mi verdadero sueño», la creación de una empresa de alquiler de yates en 1979, con la que Michel se convertía en el pionero del chárter náutico en Mallorca.
En una de las excursiones que organizó con su barco, recuerda que unos ingleses «me preguntaron si Cabrera tenía hotel y fonda. Que yo sepa, Juan, el payés, y su esposa no habían trasformado aún la casa rústica en agroturismo. Como mucho preparaban paellas para turistas de la golondrina Marivibi de la Colònia, pero nada más, gracias a Dios». Y es que este hombre de experiencia sabia se autodefine como un sentimental a la búsqueda de sus raíces sollericas. «Ahora, con las prisas del viajero, nos olvidamos de la carretera des Coll, de la lenta progresión del coche en las curvas cerradas, de la parada de Ca'n Topa y del pa amb oli de queso mahonés y aceitunas sollericas».
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