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Pocas veces se da en política el que un asunto que aún no ha acabado de madurar empiece no obstante a lograr ciertos objetivos, independientemente de que éstos sean, o no, los apetecidos. Está ocurriendo sin embargo con ese proyecto del presidente Bush relativo al futuro despliegue del escudo antimisiles. En primer lugar, el presidente norteamericano se ha granjeado las «simpatías» y el apoyo incondicional de amplios sectores del mundo da la industria y de los negocios. Y en segundo lugar "y sería éste un objetivo no deseado, a diferencia del anterior" la sola posibilidad de que los Estados Unidos sigan adelante con el despliegue antimisiles ha logrado indirectamente acabar con medio siglo de rivalidad y distanciamiento entre Rusia y China.

Vayamos por partes. La magnitud del futuro sistema antimisiles es tal, que involucrará en su puesta en marcha a empresas procedentes de distintas áreas. Pensemos que desde compañías aeronáuticas a empresas de construcción, pasando por empresas especializadas en telecomunicaciones, colaborarán en el proyecto que, obviamente también enriquecerá a la industria militar norteamericana. Las cifras que se barajan en lo concerniente a la financiación rondan los 60 billones de pesetas. De lo estrictamente material a lo diplomático, Bush no puede estar tan satisfecho del segundo objetivo logrado, puesto que el acercamiento entre chinos y rusos desbarata sus planes de tener un mandato limpio de competencia en el plano internacional.

Ya que si bien China posee un arsenal nuclear relativamente modesto, no es el caso de Rusia; y para dar una idea de la importancia del armamento atómico del que en un momento dado puede disponer Moscú, baste decir que lo vasto de su extensión y su potencia hacen imposible hoy por hoy que pueda ser neutralizado por cualquier sistema antimisiles. Bush ha logrado lo que a medias consiguió Gorbachov en el 89: limar unas asperezas que arrastraban desde finales de los años 50. Un pacto entre Rusia y China no es, desde ningún punto de vista, una buena noticia para los ciudadanos del mundo, y las responsabilidades hay que exigírselas a Washington.