La política de George Bush desde que llegó a la Casa Blanca
parece obedecer a un solo criterio: hacer prevalecer los intereses
norteamericanos en todo el mundo, más allá de cualquier otra
consideración, incluidas las que guardan relación con los intereses
generales de la Humanidad entera. Una actitud que empieza a ser
censurada hasta en el interior de los propios Estados Unidos, ya
que, si bien los ciudadanos del país siempre se han sentido
orgullosos de su influencia en el concierto mundial, no pueden
dejar de temer por los riesgos de esa travesía en solitario, y
huérfana de toda solidaridad, que emana de Washington.
Tras el rechazo norteamericano a ratificar el Tratado de Kioto,
sus recelos a aceptar la creación de un Tribunal Penal
Internacional y su empecinamiento en imponer el plan de defensa
antimisiles en contra de la opinión defendida por otras potencias
mundiales, llega ahora esa negativa a admitir el borrador del
protocolo para verificar el cumplimiento del Tratado contra las
Armas Biológicas de 1972, negociado por 56 países al amparo de la
ONU. Las razones aducidas no han podido ser más explícitas; el
protocolo, dicen, pondría en peligro la seguridad nacional y
perjudicaría intereses comerciales de EE UU.
Dejando de lado lo inverosímil del primer argumento "¿alguien
medianamente sensato es capaz de admitir que un control
internacional del arsenal bacteriológico del que dispone EE UU
pondría en peligro la seguridad nacional?", es obligado analizar el
segundo, aceptando inicialmente como posibles las especulaciones
que establecen que el rechazo de Bush al protocolo aludido se debe
fundamentalmente a las presiones ejercidas por las grandes
compañías farmacéuticas. De ser así, nos encontraríamos con la
imagen paradójicamente maniatada del hombre más poderoso del
planeta.
Bush no puede suscribir el Tratado de Kioto y se ve obligado a
colonizar industrialmente Alaska porque así se lo exigen las
compañías petroleras que financiaron su campaña; tampoco puede
frenar el plan antimisiles, ya que ello lesionaría los intereses de
la industria de armamento; finalmente, también se halla a merced de
las industrias farmacéuticas. Mientras, los poderosos EE UU,
aislados del resto del mundo, siguen en solitario su camino.
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