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Fuerzas norteamericanas y británicas iniciaron ayer los ataques contra Afganistán en la lucha contra el terrorismo comenzada tras los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, ataques que contarán con la participación de Ejércitos de otros países aliados. El presidente Bush quiso dejar muy claro en el mensaje posterior al inicio de la ofensiva que los Estados Unidos son «amigos» del pueblo afgano y de los millones de personas que profesan en todo el mundo la religión islámica. Y son ciertamente relevantes estas declaraciones después de que Osama Bin Laden hiciera un llamamiento a la Guerra Santa de todos los musulmanes contra los infieles liderados por el presidente norteamericano. Éste es el enorme riesgo de la explosiva situación actual, la división del mundo en dos bloques violentamente enfrentados. Por ello es fundamental que las acciones militares de los países aliados se centren en objetivos concretos para erradicar de forma efectiva campos de entrenamiento y redes terroristas. Pero es también básico volver la vista hacia las carencias de países como Afganistán, que debido a su enorme pobreza, son un excelente caldo de cultivo para los más radicales e incomprensibles fanatismos religiosos.

Puede que, una vez desatada la confrontación armada, debamos reflexionar sobre los motivos que han conducido al mundo a engendrar mentes perversas capaces de los más salvajes atentados en nombre de una fe o una ideología.

Ante esta situación, debe imponerse sobre todo la serenidad. No se trata en absoluto de una confrontación global, sino de una guerra abierta que no deberá cerrarse sólo en el ámbito de las actuaciones militares. La resolución del conflicto necesitará, además, de una enorme habilidad política y diplomática que sin duda pondrá a prueba a Bush y los aliados.