Nadie sabe a ciencia cierta qué hay de verdad o de montaje en
ese vídeo que los americanos dicen haber encontrado en una casa de
Kandahar en el que se ve a un supuesto Osama bin Laden
reconociendo, entre risas y felicitaciones, su autoría de los
atentados del 11 de septiembre.
Las naciones que respaldan la lucha contra el terrorismo
islámico emprendida por el presidente norteamericano dan por
ciertas las explicaciones de la Casa Blanca, y naturalmente, los
países árabes más radicales dan por hecho que se trata de un vil
montaje para justificar los ataques y la guerra contra Afganistán y
para distraer la atención de la creciente violencia que asola
Oriente Medio.
Lo que sabemos cierto es que la calidad de la cinta es ínfima,
tanto que es fácil dudar de que el personaje que ahí aparece sea el
auténtico Bin Laden. Pero peor aún es que el sonido resulta
prácticamente inaudible y por ello la transcripción resulta casi
imposible. Con estos elementos cualquier duda es razonable, más si
tenemos en cuenta que el terrorista árabe es un gran aficionado a
las altas tecnologías y es más que raro que realice una filmación
de tan pésima calidad.
Así que estamos donde estábamos. Es decir, Bin Laden sigue
siendo el sospechoso número uno pero las pruebas que existen en su
contra son demasiado endebles. Quizá esa tremenda operación de
acoso y derribo que el Ejército norteamericano apoyado por la
Alianza del Norte ha montado en las montañas afganas sirva para
detenerle y sólo así tendremos certezas, datos, elementos para
juzgar. En una situación tan delicada como ésta, en la que tantos
intereses están en juego, no podemos aventurarnos a creer en la
primera versión de los hechos que se nos presente. Averiguar la
verdad es ya responsabilidad de la Justicia.
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