El Gobierno remitió el pasado viernes a las Cortes el Protocolo
de Kioto para su ratificación parlamentaria, con la finalidad de
promover el desarrollo sostenible y limitar las emisiones de gases
contaminantes a la atmósfera. Es, sin duda, una buena noticia que
la tramitación de unas medidas más que necesarias siga el curso
establecido, aunque ciertamente todo el mundo debió adoptar mucho
antes medidas de protección ante el enorme deterioro del planeta,
en especial por lo que se refiere al efecto invernadero y al cambio
climático que éste supone, lo que indudablemente pone en peligro
los ecosistemas de la Tierra.
Evidentemente, la acción humana ha cambiado sustancialmente el
mundo y muchas de sus actuaciones han supuesto un enorme progreso
que nos ha situado en mejores condiciones de vida, pero también es
verdad que la falta de previsión sobre los efectos futuros de
nuestro sistema industrial y de transporte ha derivado en una
peligrosa situación, frente a la que hay que reaccionar con la
mayor rapidez y efectividad posible.
Aunque bien es verdad que no podemos engañarnos y que no es
suficiente con el esfuerzo sólo de los países que ratificaron el
Protocolo. Es preciso que se impliquen absolutamente todos y, muy
especialmente, los Estados Unidos, uno de los mayores productores
de gases contaminantes.
Si se quiere atajar el problema, no se puede andar buscando
justificaciones o explicaciones de algunos científicos que ponen en
duda que se esté produciendo en este momento un cambio climático o
que, aún admitiéndolo, niegan que éste tenga nada que ver con la
acción del hombre. Mejor es curarse en salud que reaccionar cuando
ya sea demasiado tarde. La Tierra es nuestro hogar y como tal
debemos tratarlo.
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