El viejo barrio palmesano ha cambiado por completo su fisonomía. Foto: J.TORRES.

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Es algo así como una eutanasia histórica, urbanística, social y económica, porque lo que están haciendo ahora, derribar las viejas casas del mal llamado, pero así conocido, «barrio chino», es «desenchufar» de la máquina al enfermo, para que acabe de morir y pueda empezar otra historia. Porque con los escombros resultantes se han enterrado para siempre interminables vivencias de una parte de la ciudad que ya habitaron e hicieron próspera los árabes. Pequeñas historias de pasiones alquiladas. Recuerdos de juegos infantiles en calles sin coches, vida vecinal, aquellas noches de verano de reunión a la fresca.

El actual Ajuntament de Palma, y los promotores de la reforma integral, no son más que el último eslabón de la vieja cadena, porque éstos derriban los edificios, pero esas casas las han ido dejando caer en el transcurso de los años, especialmente a partir de los años de prosperidad económica que trajo el turismo, que nos hizo «ricos» a todos los mallorquines. La ley franquista «de Arrendamiento Urbano», que no permitía la subida de los alquileres, si bien era una ley social que favorecía a las clases más desfavorecidas, finalmente asestó un duro golpe a la conservación de los viejos edificios, puesto que a los propietarios de ninguna manera les salía a cuenta reparar sus propiedades, dados los irrisorios alquileres que cada vez eran menos rentables.

Este núcleo urbano de Palma ha tenido mala suerte, porque a pesar del hecho histórico de la prosperidad en tiempos de los árabes, a pesar de que esa zona en la época contemporánea se constituyó como un activo núcleo de producción, una especie de polígono industrial, en el que había fábricas, talleres, embotelladoras de aperitivos, comercios y negocios de toda clase, pasará a la historia como «el barrio de las putas», sólo porque, a partir de 1947, al comenzar la reforma de la zona que ahora conocemos como «del Olivar» en la que está el mercado, el «barrio chino» se trasladó a este lugar.

Es decir, que menos de 55 años de pervivencia de «es brut» habrán pesado más en el conocimiento general que más de 800 años de historia. Una historia que ahora se constituye en material de derribo y que acabará en no se sabe qué vertedero, legal o ilegal, mientras se empiezan a levantar las nuevas casas que se venderán a precio millonario, porque se trata de otra historia, la de las conveniencias, en un barrio que no será chino, pero quedará «muy mono», con árboles y aparcamientos subterráneos.