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JAIME MOREDA «Alpargato», un toro herrado con el número 33 de la ganadería extremeña de Juan Albarrán se convirtió en la tarde de ayer en el gran protagonista al ser indultado por el presidente del festejo, el concejal Jaume Servera, tras ser asesorado por Jaume Soler Capó. ¿Indulto justo? Pues a pesar de ser Inca una plaza de tercera categoría y la faena de Víctor Puerto muy vistosa, el torero debería haber dado muerte al animal, sobre todo porque el tercio de varas se limitó a un picotazo, que no llegó ni a puyacito.

El torero se mostró en todo momento muy decidido tanto con este su primer enemigo como con el quinto de la tarde, al que también le cortó las dos orejas y el rabo, pero ésta vez no fueron trofeos simbólicos, sino reales. «Alpargato» salió a la arena en segundo lugar, después de que Manolo Sánchez, que sustituía al lesionado y resacoso Rivera Ordóñez (el sábado había asistido a la boda de Jesulín) cortara las dos primeras orejas de la tarde al toro peor presentado de la corrida, correcta en líneas generales. Manolo Sánchez tiene una indiscutible técnica, pero su estilo sobrio no es el más adecuado para unas plazas donde se prima más el zapatillazo y el toreo de rodillas que los naturales largos o los derechazos con empaque, como los que instrumentó a sus dos oponentes, aunque a intervalos dada la flojedad de sus enemigos. De todas formas, lo mejor fue el estoconazo hasta los gavilanes que le instrumentó al cuarto.

Víctor Puerto fue el triunfador indiscutible de la tarde. A su primero le hizo literalmente lo que quiso, aprovechando la bondad del animal, que comenzó flojeando pero que en el último tercio se vino arriba. Puerto mostró un variado repertorio de pases y acabó sus dos faenas de forma tremendista, rodilla en tierra y dando la espalda al morlaco. En el quinto, incluso se atrevió a morder el pitón derecho. Al diestro madrileño Miguel Abellán le correspondió el peor lote. Su primero fue muy parado y a pesar de su voluntad, si no hay toro no hay faena.

Al sexto de la tarde y sabiendo que sus compañeros de terna tenían la salida por la puerta grande garantizada lo recibió con tres largas cambiadas de rodillas. Incluso banderilleó al animal ante el estupor de su cuadrilla, ya que desde sus tiempos de novillero no cogía los palitroques. Con la muleta hizo una faena sin ton ni son, pero el público inquero no podía permitir que saliera a pie de la plaza ni el presidente tampoco. Conclusión: Dos orejas y final feliz para todos.