Miles de personas abarrotan en verano las playas mallorquinas, pero no todos están ahí por ocio. Muchas de ellas se ganan la vida aportando su granito de arena para hacer de las playas un espacio en el que disfrutar de una forma segura. Son los currantes de la playa, trabajadores entre ociosos, capaces de aguantar el intenso sol playero y las gracias de muchos que dicen que lo suyo no es un trabajo serio.
Quizá los más conocidos por la repercursión mediática son los vigilantes de la playa, esos jóvenes esbeltos de rojo y blanco que protegen la salud de los bañistas. En Alcúdia hay un puesto de la Cruz Roja, donde un equipo de socorristas cumple esta tarea desde que abre (a partir de las 10 de la mañana y hasta media tarde). Allí se encuentra Miguel Ayala, quien confirma que ellos no tienen tantos dramas como en la serie televisiva y que su tarea prácticamente se reduce «a picadas de medusa o de araña y niños extraviados en la playa».
Y es que la playa de Alcúdia «es un lugar muy tranquilo porque está muy protegida y pasan pocas cosas». Nada que ver con la de sus colegas televisivos. Otro de los trabajadores fundamentales de estos lugares son los hamaqueros, que se encargan de cobrar el peaje a los turistas más cómodos. Su trabajo suele estar dividido en dos turnos: los de la mañana cobran y los de la tarde recogen. Muchos de ellos se quejan del sol y de que «la gente se cree que por trabajar en la playa estamos de vacaciones», aunque tampoco ocultan, como afirma Gaspar, que «es muy agradable y distraído trabajar aquí».
Y si no que se lo pregunten a Pepet, otro hamaquero, quien confiesa que «desde que se inventó el tanga, el trabajo se ha hecho más ameno». Son otros los motivos por los que Milagros Melero se encuentra encantada de trabajar en la playa. Ella lleva, junto a su familia, una escuela de esquí acuático. Un trabajo que «me gusta porque tratas con gente que viene a pasárselo bien y porque sin duda, es mejor que estar en una oficina».
Dice que no le importa ser una curranta entre tanta gente que está de vacaciones y que se acuerda mucho de la nieve, «tal vez por eso de que quieres lo que no puedes tener». A su alrededor se encuentra un grupo de turistas repetidores procedentes de Madrid que, por el momento, prefieren disfrutar de los deportes de agua que Milagros les ofrece. Y si no, siempre se puede hacer una excursión en los «safaris», esos barcos que van de Alcúdia a Formentor.
Para coger uno de estos barcos antes hay que localizar a Ritta Kivel, una finlandesa que pasa sus horas de trabajo en un pantalán bajo una sombrilla, rodeada de tickets y de fotografas de los cruceros. Éste es su quinto verano en esto y de momento está muy contenta. Le hacen mucha gracia los niños que se acercan a preguntarle qué hace, porque no se pueden imaginar que esto sea un trabajo.
Pero lo es, al igual que el de muchos otros currantes de primera línea del mar, como lo son los camareros, policías, personal de limpieza e incluso los vendedores ambulantes que con su «cola"fanta"lemon"bier» convierten las playas en ese lugar agradable donde relajarse y poder disfrutar tranquilamente tumbado al sol.
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