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Como les decía anteayer, Diana de Francia y su esposo, el duque de Würtemberg, pasan unos días en Flor de Lis, la casa que poseen en Esporles, en la que combinan, sobre todo ella, descanso con trabajo, pues es una mujer de una gran actividad. Precisamente ayer los operarios descargaban del camión y luego montaban una gran escultura de hierro forjado en el jardín de su casa. Una escultura en forma de ángel, al que llama Vehuiah, de siete metros de altura y en la que ha estado trabajando durante un mes, en Althausen, y que llegó esa misma mañana por barco.

«Es una escultura muy bonita, con agujeritos a través de los cuales sale la luz procedente de siete lamparillas que he introducido en el interior y que de noche le dan un aspecto como si fuese de cristal. El nombre del ángel lo he extraído del libro 'Nuestros ángeles guardianes', que ha escrito un tal Haziel. Según él, es el ángel que vela por los nacidos entre el 21 y el 25 de marzo, a quienes da mucha energía, fuerza y ánimo, a la vez que protege cuantas cosas realizan», explica.

Por lo demás, Diana de Francia sigue inmersa en los preparativos de la boda de su hija Fleur, que tendrá lugar en el castillo de Althausen el próximo 9 de agosto, y que, muy a pesar de la novia, será uno de los acontecimientos más importantes de este verano, pues asistirán numerosos invitados, la mayoría miembros de la nobleza europea, entre ellos representantes de la casa real española. Y decimos que muy a pesar de Fleur, porque ésta, en opinión de la madre, querría que fuera una boda discreta, en absoluto tumultuosa, como parece que va a ser. «Nos ha dicho que le gustaría que fuera una boda en la que sólo estuviera la familia -dice Diana-, una boda sin fotógrafos ni cámaras, pero me temo que no va a ser así». De momento la ahijada del rey don Juan Carlos, Fleur -que ya ha desmontado su apartamento de París-, y su prometido siguen buscando casa en Viena a la vez que ultiman detalles y preparativos nupciales.
Pedro Prieto