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Transcurrido el tiempo, la presunta amenaza que suponían las armas de destrucción masiva del Irak de Sadam Husein ha quedado en entredicho. Hasta tal punto que la justificación de la acción armada anglo-norteamericana ha tenido que cambiar sus principales argumentos para hacerla medianamente razonable de cara a la comunidad internacional. Y, precisamente en este escenario de duda permanente, se ha producido la muerte de David Kelly, identificado por la BBC como su «fuente principal» y quien informó de que el Gobierno británico exageró la amenaza iraquí para justificar la guerra. Una muerte o suicidio (aún están por determinar las circunstancias del óbito) que, por si algo faltara, se ha producido en extrañísimas circunstancias.

Tony Blair, primer ministro británico, se comprometió ayer a declarar ante el juez que dirigirá la investigación del fallecimiento de Kelly y pidió respeto y moderación antes de que se saquen conclusiones precipitadas de todo este asunto.

Realmente, desde el final del conflicto armado, las dudas no han hecho sino incrementarse y poner contra las cuerdas primero a un George Bush que ha visto como su popularidad ha ido cayendo de forma alarmante y, luego, a Tony Blair, que ve complicada su situación con todo este turbio asunto de la muerte de David Kelly.

Da la impresión de que muchas cosas de la intervención en Irak se ocultaron a los ciudadanos de todo el mundo, y muy en especial a los de Estados Unidos y Gran Bretaña. Por ello, sería lo más razonable y plausible que, de una vez por todas, conociéramos todos los motivos que llevaron a esa guerra, aunque, al parecer, debieron de existir poderosas razones para no revelarlas.