La actividad en el castillo comenzó de madrugada, ya que todo
debía estar a punto para las diez y media de la mañana. Y lo
estuvo. A esa hora, el cortejo nupcial inició su andadura hacia la
capilla del palacio, cuyo altar mayor había quedado bellamente
engalanado de flores. El rey don Juan Carlos, en compañía de
Margarita Gómez Acebo, iba en quinta posición. Delante de ellos,
los hermanos de Fleur, y más adelante, Diana de Francia del brazo
de su hijo mayor, el duque Friederich.
En decimoquinta posición marchaba el novio y, a cierta
distancia, cerrando el cortejo, la novia del brazo de su padre con
sus sobrinos pequeños. ¿El vestido de la novia? Precioso. Obra de
Catherine Tuget, la misma que hizo el de Matilde, hace años. Era
blanco, muy sencillo, de seda y organiza, con discretos adornos.
Por detrás destacaba la cola. Fleur llevaba el pelo recogido y
adornado por margaritas blancas. Una diadema coronaba su
frente.
La ceremonia fue concelebrada por tres curas: el jesuita Pierre
Conrad, amigo de la familia; el cura de Altshausen, Pfarrer Shafer;
y el obispo Gregor Henkel von Donnnerswarck. Desde el coro,
armoniosas voces irrumpían en distintos pasajes de la misa.
Mientras, vecinos de Altshausen, y curiosos, se acomodaban a ambos
lados del camino que, finalizada la ceremonia religiosa,
recorrerían los novios, ya marido y mujer, hasta los jardines donde
se harían la foto familiar.
Pedro Prieto
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