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No se puede decir precisamente que las mejores perspectivas planeen sobre la cumbre de la Organización Mundial de Comercio (OMC), convocada para los próximos días en la localidad mejicana de Cancún. Antiguos «agravios» entre países ricos y pobres se suman ahora a nuevos reproches, generalmente suscitados por las políticas proteccionistas -aunque disfrazadas de liberales- puestas en práctica por los más poderosos, especialmente en algunos sectores. Así, en el de la agricultura, un viejo problema que enfrenta al conjunto de los países pobres, tanto con la Unión Europea (UE) como con los Estados Unidos.

Es ésta una cuestión a tres bandas generada por una política de barreras comerciales y subsidios que resulta lesiva para los intereses de los países menos desarrollados. Tanto los Estados Unidos como la UE dedican partidas extraordinarias a apoyar la agricultura, dándose la circunstancia de que, mientras que en el caso europeo la cifra es controlable, no ocurre así en el caso norteamericano, habida cuenta que cada Estado es dueño de arbitrar su propia política agraria sin dar más explicaciones a Washington. Éste de la agricultura es el principal tema de fricción ya que, a la vez que los poderosos hablan en los foros de reducción de apoyo al sector, incrementan sus ayudas en el interior de su países. Tras él, en importancia, nos encontramos con la cuestión del acero, en el candelero desde que a principios del 2002 los americanos impusieron unilateralmente tarifas de hasta un 30% a las importaciones del acero por espacio de tres años. Las protestas de Bruselas de poco sirvieron y los países productores de acero vieron cómo su producción -en opinión de los expertos, en manos de empresas más eficientes que las norteamericanas- tenía dificultades para encontrar mercado. Puestas así las cosas, la cumbre ya próxima no va a ser de compromiso sino que en ella se debatirá en el fondo una remodelación de modos comerciales que, a juicio de muchos, han quedado ya obsoletos.