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Tiene sin duda la estampa del músico de jazz de la segunda mitad del siglo XX. Alto, casi 1,90 m, delgado, negro. Barba y cabello cortado con pulcritud, gafas y una mirada de muchas noches. De sabiduría.
Tiene en sus enormes manos el juguete que más le gusta. Su compañero inseparable desde hace más de cincuenta años. Con el que ha paseado su música por el mundo entero. La sección rítmica de, entre otros, el increíble quinteto de Miles Davis.
Tiene además una extraña y agradable forma de hablar. Pausada, con una voz un tanto grave, que suena a veces como su contrabajo: «...este contrabajo...», dice mirando a sus alumnos, una treintena de músicos, sonidistas, fotógrafos y algún que otro curioso que pudo pagar 40 euros por la clase magistral, «...es una caja de tres pies por dos por ocho pulgadas y que alberga moléculas. Cuanto más duro tocas, más se comprimen las moléculas. Por eso trato de tocar suave y claro, para que las moléculas entren en armonía. Todo lo que puedan».
Tiene también fama de inventor, aunque él lo desmienta. Su contrabajo tiene una extensión en el mástil de cuerdas que llega hasta el extremo superior del clavijero. También las cuerdas. Otro invento del viejo Ron... «Las cuerdas que uso las he inventado hace quince años. Contienen un alma de acero y están revestidas en un nylon especial y cera. Poseen personalidad. Como mi sonido».
Tiene sus argumentos bien acertados, como cuando dice que para tocar y aprender una escala, hasta que no le sale perfecta, no se mueve de su casa. «Y toco de pie, que es la posición correcta para sentir de verdad el contrabajo. Conozco muchos bajistas que tocan sentados. No entiendo como se escuchan».
Tiene, a esta altura, el bagaje de quien conoce cada uno de los secretos, no sólo del instrumento, sino del metièr al que hace más de medio siglo al que pertenece. «En las grande bandas de jazz, el jefe siempre ordenaba al bajista que no estuviese enchufado. Si por mí fuese, les dispararía a todos ellos. Cuando hablo con algún jefe de banda e insiste con el viejo tema, me marcho a casa y conecto con la CNN».
«Con el quinteto de Miles Davis, ensayamos sólo una vez en cinco años», y ríe, «pero tocábamos cada noche más de cuatro horas, tres pases por velada. Eso sí era ensayar», y vuelve a sonreír.
Tiene hasta tiempo de responder sobre técnicas, como cuando le preguntan sobre el «walking» (modo de tocar) y como lograr el sonido acorde: «Cuando logro mantenerme allí haciendo walking, es cuando gano más dinero. Y me sirve para hacer un disco mejor».
Tiene, para finalizar, la exigencia: «Es igual tocar con un guitarrista que con un pianista. Siempre que lo haga bien».


Nico Brutti