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De nuevo se ha registrado un sangriento atentado en Israel con un elevado número de víctimas mortales. Un terrorista suicida hacía estallar un artefacto cuando se encontraba en el interior de un restaurante en Haifa. Estas bárbaras actuaciones que van más allá de toda lógica no sólo ponen contra las cuerdas cualquier intento de poner en marcha un proceso de paz con garantías en Oriente Medio, sino que, lo que resulta mucho más grave, acaban con la vida de personas inocentes (en el caso de ayer incluso niños). Y no vale la justificación, si es que así puede llamarse, de que los ataques del Ejército israelí también acaban con la vida de inocentes. Ambas partes están en un callejón sin salida, aunque lo más grave es que quienes se llevan la peor parte nada tienen que ver, en muchas ocasiones, con los presuntos motivos de los ataques indiscriminados o de los atentados.

Una vez que Abu Mazen tuvo que dejar el Gobierno palestino y éste pasó a manos de Abu Alá, de nuevo Yaser Arafat se hizo con todo el control político. Y éste no parece tener suficiente poder o la intención necesaria para poner coto a los grupos extremistas que, día tras día, vuelven a asombrarnos con actuaciones absolutamente salvajes. Y, precisamente este cambio político es el escenario que sirve de amparo y justificación al Gobierno de Ariel Sharon para seguir adelante con los llamados «ataques selectivos», todo un eufemismo para referirse a bombardeos y ataques con misiles que no distinguen entre terroristas o mujeres y niños que simplemente estaban ahí. Por ello, resulta imprescindible que la comunidad internacional sea capaz de ejercer la presión necesaria para que las aguas vuelvan a un cauce razonable y las disputas puedan zanjarse en una mesa de negociación.