Consuelo está desconsolada. Es ecuatoriana de Machala, a 12
horas de camino de Quito, y trabaja en Mallorca, en hostelería,
desde hace cinco años. Hace tres se reunió con ella su esposo,
Manuel Humberto Castro, que encontró trabajo como ayudante de
vigilante. Sus dos hijos, de 13 y 11 años, se han quedado a vivir
en su país. En la madrugada del 21 -anteayer- se le ha muerto el
marido. A pesar de que era una muerte anunciada, el desconsuelo de
Consuelo está más que justificado.
Hace dos años le habían descubierto un tumor en la cabeza. Hasta
hace seis meses, con tratamiento, fue viviendo más o menos bien.
Entonces se le complicaron las cosas, y se quedó de baja «hasta
hace tres noches, encontrándose ya bastante bien, pidió volver a
trabajar, al menos de prueba. Le vinos a buscar un compañero a casa
y se fue tan tranquilo. De madrugada se desmayó. Murió. Sin ninguna
convulsión. Plácidamente», cuenta Consuelo.
El problema surgió a continuación, «cuando tuve que contar a los
niños que su papi había muerto. Ellos no sabían que estaba enfermo.
No se lo habíamos dicho. Mi hija, entre sollozos, me pidió que lo
llevaran a Ecuador. «Mami, tráenos a papi a casa», me decía
llorando».
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