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Queremos traer grandes témpanos de hielo de los polos a los países con escasez de agua, como los de la península arábiga o los mediterráneos en períodos de sequía», indica el periodista y economista catalán Antonio Farrás junto a su acompañante en la aventura, Maja Vytlacil, quienes presentan el proyecto en Mallorca ante su próximo viaje a la Antártida, tras visitar Groenlandia. Una idea con tintes de ciencia ficción que fue expuesta en 1976 por el príncipe Mahammed al Faisal con el propósito de economizar costes en la obtención del preciado elemento líquido. Así, el agua extraída de los icebergs saldría -aseguran- a mitad de precio que la obtenida de la desalinización del agua de mar.

Sin embargo, el curioso proyecto, ahora favorecido por el cambio climático con el deshielo de grandes témpanos, implicaría contar con una flota de remolcadores disponible para la operación, lo que entre otros detalles motivó en su día dificultades técnicas difíciles de superar. El más evidente es el rápido calentamiento que experimenta el hielo con su fusión consiguiente, apenas toma contacto con aguas cálidas. Para ello se pensó en una protección térmica mediante plástico aislante, complicada, no obstante, por las enormes dimensiones de un iceberg. Por su parte, una montaña de hielo de mil millones de toneladas posee un profundidad de centenares de metros y el Mar Rojo no rebasa los 32. Así que habría que trocear la gélida masa antes de llegar a puerto, lo que encarecía notablemente la operación. Ante tales inconvenientes el tema quedó en el olvido hasta que recientemente Antonio Farrás lo ha rescatado con una nueva propuesta: cortar el hielo in situ antes de su transporte mediante enormes bolsas aislantes. Esta idea ha sido aprobada ya por el gobierno de Riyadh que prevé transformar zonas desérticas en vergeles.

La travesía se prolongaría por espacio de diez o doce días. «Si se emplea el número suficiente de remolcadores, los depósitos podrían estar siempre llenos, con la ventaja de no perder casi nada de agua por evaporación. Sólo cuando la masa de agua ha pasado a fase líquida es cuando empieza a calentarse, acelerándose el proceso evaporador», indica Farrás. Las áreas receptoras se convertirían así en auténticos oasis, donde se plantará la vegetación apropiada a fin de crear microclimas húmedos que con el tiempo influirían en el clima de la región, al atraer las nubes y la lluvia. El experimento, señala Farrás, podría extenderse a todas las áreas afectadas por la desertización y en este sentido países como Agentina o Australia, limítrofes con el continente antártico, han mostrado su interés. Asimismo, España aportaría parte del proyecto promotor, pudiendo participar en los contratos de explotación. Como resultado, el economista recuerda que, «traducida a pesetas toda la operación costaría 5.000 millones, lo que supone 50 pesetas el metro cúbico».

Gabriel Alomar