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A nadie escapa que la situación en Irak es de extrema inestabilidad y, por ello, desgraciadamente, que un nuevo atentado haya sesgado la vida de siete españoles al sur de Bagdad, es un paso más en el constante goteo de víctimas de las diferentes fuerzas de policía, agentes de la inteligencia o militares destacados en aquel país. La necesidad de la presencia o no del Ejército español en Irak es un viejo debate que puede volver a surgir ahora dadas estas tristes circunstancias. Y es evidente que siempre que se está en lugares del mundo donde la situación es límite existe un enorme riesgo de que se produzcan las temidas bajas. Pero la tragedia para las familias que pierden a uno de sus miembros en estas circunstancias es algo terriblemente duro y difícil que requiere del apoyo de todos, en especial de las autoridades, en este caso, el Gobierno y el Ministerio de Defensa.

Aunque existe la tentación siempre de abandonar, máxime una vez que se producen hechos como éste, no sería razonable. No sólo porque haya un compromiso con el proceso de reconstrucción iraquí, sino también porque existe el deber moral de contribuir a ella.

La guerra fue un error que nunca debió producirse, y Aznar cometió el grave fallo de sumarse al bando belicista. El Gobierno, naturalmente, es responsable de lo que acontezca con los compatriotas que desarrollan su labor en Irak, aunque tampoco debemos olvidar que la lucha contra el terrorismo, sea en el territorio nacional o fuera de él, está jalonada de muertos que, como seguramente debían pretender éstos últimos, querían contribuir al final de situaciones insostenibles de coacciones, violencia y asesinatos, de los que los únicos responsables son los integrantes de bandas asesinas.