Lo de Madrid de anteayer sólo tiene punto de comparación, me
refiero a lo vivido por mí, con lo del terremoto de México del 84,
aunque a diferencia de éste, aquí han sido los hombres los autores
de la tragedia.
A pesar de que aquél lo viví más de cerca, estando casi en
primera línea del desastre -llegué a México un día después del
segundo terremoto, por lo que se pueden imaginar con lo que me
encontré tanto en calles como en edificios derruidos, con gente a
su alrededor tratando de encontrar familiares entre los escombros,
entre otros, Plácido Domingo-, en éste, con el que físicamente
contacté a las pocas horas de la última explosión, fue distinto,
pero no por ello menos dramático. ¿Adónde voy...?, me pregunté a
poco de poner los pies en Atocha, hasta donde llegué en metro, más
que nada por ver si funcionaba y si iba gente -que sí funcionaba, y
que, aunque menos que en otros días, iba gente-, ya que muchos eran
los puntos negros de un día tan negro como ése para visitar:
hospitales, clínicas e Ifema, donde se había instalado el depósito
de cadáveres, cada vez más a medida que transcurrían las horas.
En la entrada de uno de los hospitales, me encontré con una
legión de periodistas, entre ellos, algunos que dentro de nada -en
Semana Santa- los tendremos aquí, como cada Semana Santa. ¿Qué
pasa...?, iba a preguntar por la movida que tenía en frente cuando
los vi salir. Primero la Reina, luego Letizia, y detrás, don
Felipe. ¡Mal día para ver por primera vez en carne y hueso a la
futura reina de España!, me dije. Que si hubiera sido en otras
circunstancias... «Están recorriendo todos los hospitales», me
comentó Manuel Hernández de León, de Efe, autor de algunas de las
fotos más terribles de la tragedia, que habrán visto ayer en los
diarios. «Ha sido tremendo, ni te lo puedes imaginar, trenes
cargados de gente... ¡Qué desastre!», decía el compañero, a quien
encontré más tarde, ahora con americana y corbata, llegando de La
Zarzuela, desde donde el Rey se había dirigido a la nación.
Palabras como tremendo, desastre, caos, tragedia, etc., se
escuchaban por doquier, puesto que a todas partes habían llegado
las repercusiones de esta tragedia. Y es que aunque fue en Madrid,
al golpe lo recibimos todos los españoles, a pesar de que lo peor
del mismo se lo llevaron unos pocos. Y es, a lo que vemos y
sentimos, una tragedia que no entiende de culturas ni de
autonomías, sino que, todo lo contrario, ésta las ha aunado.
Lástima que cuando el 11-M se convierta en una fecha negrísima del
calendario, volvamos con las rencillas culturales y autonómicas.
¡Lástima!
Allá por donde ibas siempre te encontrabas con alguien que te
contaba algo de tan luctuosa jornada, sobre todo de ese periodo de
tiempo que va desde la primera explosión hasta las dos horas de la
última, «en que has llamado a todos tus amigos y familiares que
crees que pueden haber estado en ese tren y te tranquilizas
escuchándolos», nos decía el taxista que contratamos durante toda
la tarde, a quien le había sorprendido la primera explosión en la
zona de Cuatro Caminos, pero que había tenido que hacer tres
viajes, dos con familiares de muertos, a Ifema, «no se puede usted
imaginar lo que vi allí», y uno con un periodista al hospital hasta
donde llegaban los heridos, «algunos en condiciones terribles».
Ocupando la plaza de al lado del conductor, monté mi oficina
móvil. A través del teléfono fui localizando mallorquines con
quienes iba quedando en lugares que a ellos o a mí nos venían de
paso, y una vez juntos, ellos, a través de sus móviles, localizaban
a otros mallorquines, con los que quedaba para más adelante, o
bien, simplemente, les preguntaban cómo estaban, con lo cual
ampliábamos la lista de «sin novedad» en la colonia Balear. De
cualquier modo, todo seguía siendo caótico, aunque a medida que
pasaba el tiempo noté que las cosas parecía como si trataran de
volver a su sitio a pesar de que la tragedia siguiera ahí; y
seguirá ahí durante mucho tiempo.
Sin comentarios
Para comentar es necesario estar registrado en Ultima Hora
De momento no hay comentarios.