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Según los datos aportados recientemente por «Eurostat», la agencia europea de la estadística, el precio de una vivienda nueva en España es hoy uno de los más altos de Europa. Un piso en Barcelona, o Madrid, es más caro que en Berlín, Bruselas o Roma. Algo que resulta particularmente inquietante si tenemos en cuenta las diferencias que existen entre el poder adquisitivo de un ciudadano español y el de la media de ciudadanos de las capitales mencionadas. La carestía de vida, los sueldos que se perciben determinan que un español debe realizar un esfuerzo económico mucho mayor para adquirir una vivienda que un alemán, un belga o un italiano. Es decir que, en este aspecto, estamos a nivel europeo en lo concerniente al precio de la vivienda, pero no en lo tocante a ingresos y al coste de la vida. Un español tiene que dedicar una porción más importante de su salario para comprar un piso, lo que obviamente redunda en una disminución de su calidad general de vida. Durante los últimos cinco años, el precio de la vivienda ha crecido en este país a razón de dos dígitos anuales, a diferencia de lo ocurrido en muchos países europeos en donde los precios se han estancado e incluso en algunos casos, disminuido. Una situación en la que tiene mucho que ver el desmesurado peso que presenta entre nosotros el sector de la construcción en el marco de la actividad económica, y el consecuente disparo de la actividad inmobiliaria. La escasa atención que el Gobierno ha prestado por el momento al problema ha significado que desde un «alarmado» Fondo Monetario Internacional hayan sugerido a nuestros gobernantes que encaucen el apoyo fiscal a la adquisición de vivienda, sin que tal petición haya tenido hasta ahora mucho éxito. De continuar así, puede llegar un momento en el que algo tan relativamente común como tener casa propia se convierta en un lujo.