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Hoy comienza un debate de investidura en el que, en principio, no habrá grandes sorpresas para nombrar presidente del Gobierno a José Luis Rodríguez Zapatero en la primera votación. Se da por hecho el previsible apoyo de IU, CHA, BNG, CC y ERC y las abstenciones de PNV, EA y CiU, decisiones que reflejan el cambio político que se produjo el 14-M, y que será efectivo cuando Zapatero asuma oficialmente su cargo.

El candidato a la Presidencia del Gobierno ha hecho hasta ahora quizá lo más fácil: tener a punto su futuro gobierno -por primera vez en la historia reciente se saben ya los nombres de todos los ministros-, afrontar la investidura con lo que parece que será un discurso-resumen de la campaña y recibir el ansiado traspaso de poderes de una forma discreta y sin crispación.

A partir de mañana, cuando sea nombrado presidente, comenzará lo más difícil: gobernar sabiendo que todo lo que haga va a ser analizado con minuciosidad, sin poder disponer siquiera de la tregua que representan los primeros cien días de gobierno. Las terribles circunstancias que rodearon el 14-M obligan a gobernar sin titubeos ni errores de novato. Cabe esperar que el PSOE se haya preparado a conciencia para asumir tan alta responsabilidad.

Con la investidura de Rodríguez Zapatero arrancará la VIII legislatura de la democracia, cuatro años que Zapatero afronta con los mismos buenos propósitos que sus antecesores, y con la oposición y la ciudadanía analizando el cumplimiento escrupuloso del contrato electoral. Un contrato que comienza con los ojos puestos en los solados españoles en Irak, un asunto heredado del Gobierno de Aznar, que se despide aturdido por el desastre del 11-M y la derrota electoral.