El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, se ha
reunido en La Moncloa con el líder de la oposición, Mariano Rajoy,
en un encuentro que podría calificarse de cordial, aunque sin
resultados claros, al menos en lo concerniente a la reforma de la
Constitución y de los estatutos de autonomía. De entrada ya es un
éxito que una reunión de este tipo se plantee con absoluta
normalidad a escasos días de la toma de posesión de un nuevo
mandatario. Y de entrada es positivo que el presidente plantee a su
adversario político un diálogo abierto sobre asuntos de interés
nacional.
Las diferencias de planteamiento son notorias entre ambos,
especialmente porque el PP es partidario de imponer los mismos
límites desde el principio a todas las comunidades y el PSOE
prefiere que sean los parlamentos autonómicos quienes expresen
hasta dónde quieren llegar en el proceso autonómico.
Y no le falta razón a Zapatero, pues está claro que sólo cada
comunidad conoce sus aspiraciones y sus intereses, que pueden ser
muy divergentes entre unas y otras, siempre dentro de los límites
de la Constitución, aunque con una interpretación generosa de la
misma que permita integrar a todas las autonomías.
A pesar de que aquel célebre «café con leche para todos» fue una
fórmula socialista, desde Moncloa ya se ha anunciado que quizá las
primeras comunidades a las que habría que escuchar son las llamadas
«históricas», que accedieron a la autonomía por la vía rápida,
dejando para más adelante a las demás, que de nuevo nos quedamos en
segundo plano, siendo como somos tan históricos como el que más.
Tal vez sea ésta la ocasión de reivindicar ambiciones mucho más
elevadas que las que ahora tenemos; eso sí, tras un debate serio
entre los distintos grupos políticos de Balears y con la vista
puesta no sólo en lo inmediato, sino también en las generaciones
futuras.
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