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Espectacular, nunca vista e irrepetible fue la emotiva despedida que brindó eQueen Mary 2 a Palma el viernes pasadas las once de la noche, pese al tibio recibimiento que obtuvo por la mañana y cuyo mejor tributo fueron las fotos aéreas realizadas por nuestro compañero Humphrey Carter.

A medida que se acercaba la hora anunciada una multitud de ciudadanos se dispuso a emprender a pie los más de tres kilómetros de ida y vuelta que exige alcanzar la punta del Dique del Oeste. Una caminata nocturna en fila india como no se recuerda en la historia del puerto de Palma, cuyo efecto preliminar fue el colapso automovilístico del Passeig Marítim y la calle Joan Miró, que no pudieron absorber el tráfico masivo de vehículos procedentes de todos los puntos de Palma y de la Isla, coincidiendo con el fin de semana.

Muchos curiosos quedaron apostados en este estratégico punto portuario pertrechados con cámaras de fotos y vídeo para contemplar la salida con horas de antelación, ya que el espectáculo del transatlántico gigante completamente iluminado merecía un tiempo de contemplación. Las innumerables luces procedentes de sus catorce cubiertas se reflejaban en las aguas de la bahía, como un inmenso castillo de luz multicolor.

Cuando pasaban 20 minutos de las once activó sus cuatro hélices impulsadas por turbinas de gas Rolls Royce de 157.000 C.V., soltando las primeras amarras y entonces, la poderosa sirena del gigante heredada de su histórico antecesor, estalló en un chorro de vapor tres veces seguidas como anuncio preliminar al concierto de bocinas que se preparó al ser contestado por otro crucero y los grandes yates amarrados. La maniobra, lenta y mayestática como corresponde a un buque de su porte, se prolongó hasta cerca de las doce de la noche, momento en que desde los mejores puntos de avistamiento se agolpaba una multitud expectante. Fue una emotiva velada para el recuerdo.

Gabriel Alomar