Mucho se está hablando en los últimos meses de la necesidad de
llevar a cabo un amplio replanteamiento de las tesis turísticas que
sostienen nuestra economía. El debate, desde luego, es necesario,
aunque tampoco conviene improvisar y dejarse llevar por las modas.
Lo que sí está meridianamente claro es que el turista exige
organización y buenos modos.
Y eso es lo que en ocasiones falla estrepitosamente. No hay que
generalizar y menos cuando hablamos de raras excepciones, pero el
caso es que a veces las excepciones son tan llamativas que
arrastran tras de sí una imagen difícil de revertir.
Es lo que ocurrió este fin de semana en una de las zonas
turísticas más emblemáticas de la Isla: la Platja de Palma, que
quedó colapsada durante horas en plena temporada alta por la
celebración de un acontecimiento deportivo de menor
importancia.
Con la poca sensatez por parte de los organizadores de
justificar el desastre creado asegurando que este tipo de eventos
«desestacionaliza» el sector. Desde luego que así sería si
estuviéramos en pleno invierno, en otoño o, a lo sumo, en
primavera.
Pero no ahora, cuando las cifras de negocio no son todo lo
positivas que debieran y cuando la imagen de Balears como destino
turístico debe reforzarse enviando a todos los rincones del mundo
mensajes en positivo. Paralizar la Platja de Palma, obligar a los
turistas a arrastrar sus maletas durante largas distancias y
provocar el caos que se formó es, sencillamente, intolerable. Así
como también es absurdo que los organizadores y quienes autorizaron
el tinglado no previeran siquiera las consecuencias que de ello
podrían derivarse. Una vez más la improvisación y la falta de
criterios ha pesado más que el buen seny exigible a todos.
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