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En Cales de Mallorca, pese al aislamiento geográfico que la separa de otras zonas turísticas, no hay posibilidad de aburrirse. Apenas volvemos de la playa con los últimos rayos de sol, una tarde agradable por la ventolina que corre nos anima a emprender el largo y espectacular paseo peatonal que, cortado a pico sobre el acantilado, recorre todo este litoral. Es la mejor forma de conectar directamente con el entorno y disfrutar de este tramo de costa rocoso y de cierta altura donde, con frecuencia, rompen las olas. Aquí no hay protección natural y cualquier inclemencia meteorológica afecta directamente, escenificando todo un espectáculo natural. El color del mar impresiona por el intenso azul marino que denota la profundidad que alcanzan los fondos, a apenas unos metros de la orilla.

Tras bordear algunas moles hoteleras como el América o el Samoa, franqueamos el paso entre Cala Domingos y una pequeña calita rocosa en cuyas inmediaciones hay una serie de bungalows con jardín. Desde ahí emprendemos una cuesta que nos conduce al centro comercial, que empieza a desperezarse tras la modorra diurna. Sus calles van cobrando vida a medida que oscurece mientras los turistas van llenando los restaurantes, para todos los gustos gastronómicos, los bares musicales, mini golf, las tiendas de ropa, relojes, souvenirs y las terrazas de pubs y cafeterías donde se puede disfrutar de un espectáculo con distinto repertorio que recrea actuaciones de célebres grupos de música pop, con la participación interactiva del público.

Resulta distraído recorrer los pasillos que conectan las instalaciones del centro comercial por la cantidad de locales diversos ubicados en un espacio reducido, lo que facilita el acceso sin fatigarse. De repente, vemos un recinto más amplio lleno de público. Es una pista ajardinada de cochecitos para niños, ideal para el turismo eminentemente familiar y de origen británico que llena Cales de Mallorca.

Gabriel Alomar