Àguilas, ciudad costera de Murcia, puede que sea uno de los lugares
más bellos que he visto, aún poco destruido por el progreso. Una
playa en forma de semicircunferencia concentra a la mayoría de
turistas, casi todos españoles. Hay poco bullicio durante el día y
mucha tranquilidad por las noches, sobre todo en la Plaza Mayor,
única, pues a ella desembocan ocho calles y en cuyas terrazas se
reúne la gente a tomarse un helado y a estar tan ricamente al
fresco. Pues bien, en Àguilas me encontré con Manolo Coronado, hijo
ilustre de la ciudad que lo vio nacer hace algo más de sesenta
años, y a quien el ayuntamiento, a escasos metros de la playa
camino del cerro en el que está la roca con forma de águila, ha
puesto una calle con su nombre. «Calle del pintor Coronado», reza
el cartel, «que si te fijas -nos dice- es más larga que la de Paco
Rabal, que ese sí que fue ilustre, pero de verdad, y que está
enterrado aquí cerquita, en el cementerio».
Manolo Coronado, que pasa algunas temporadas en Àguilas, tiene su
casa en la cima de una montaña, al otro lado de la carretera, a la
que se llega a través de un polvoriento camino que deja a ambos
lados numerosos invernaderos donde nacen lechugas y tomates que a
diario, en enormes camiones, se reparten por media Europa.
Vivir en la colina
Manolo Coronado nos muestra su casa de Àguilas (Murcia) a la que se llega a través de un difícil camino que deja a ambos lados numerosos invernaderos y cañaverales
24/07/04 0:00
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