Por lo que pudimos observar a lo largo de la batida que hicimos
a través de diversas calles, es que no todos los aparcacoches
actúan de la misma manera.
Los hay, como Gervasio, a la vera de Es Baluard, suelen ser
personas marginadas que se tienen que buscar la vida y que ven en
lo de aparcacoche una de las formas para conseguirlo. «Yo no les
pido nada a los propietarios de los clientes -nos dice Gervasio-;
si ellos me dan, lo acepto y se lo agradezco, si no, ¡qué le vamos
a hacer! Pero yo jamás he rayado un coche por no recibir una
propina. Yo me saco quince o veinte euros para comer y para una
caja de tabaco y como vivo en un chupano no tengo problemas».
Miguel Angel está también en este grupo. Vive en un centro de
acogida y desde hace seis años es el guardacoche de una calle de
los alrededores de la clínica Rotger, calle de ORA. «Yo recibo una
propina de quien me la quiere dar; nunca pido nada. Estoy aquí
porque me gusta el lugar y la gente. Tampoco rayo coches de los que
no me dan nada. Pregunte a los vecinos y verán lo contento que
están conmigo».
En la calle Rubén Darío, está un joven alto, con coleta.
Reconoce que tuvo problemas con la droga, y que ahora está en
tratamiento con metadona y que «si estoy aquí, ayudando a aparcar,
es para sacarme algo que me permita ir tirando». A quien aparca el
coche en el hueco que le indica, suele irle a buscar el ticket del
ORA. «Si luego él quiere darme algo, se lo agradezco, si no, no
pasa nada». Y apostilla. «Antes aquí sólo había uno de nosotros;
ahora estamos otro y yo. El me ha cedido esta parte de calle».
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